domingo, 10 de noviembre de 2013

Enzarzado...


«Como Moisés obtuvo este conocimiento en aquella ocasión,
así lo alcanza ahora toda persona desnuda de su envoltura terrenal
y con los ojos abiertos a la luz que viene de la zarza,
es decir, el esplendor nacido de las espinas de la carne,
que es la “luz verdadera y la misma verdad”»
[Vida de Moisés II, 26: S. Gregorio de Nisa]


Yo que dije, Señor, que te quería,
que en ti encontraba todo,
el hontanar abierto de la Vida...
Yo que vi la esperanza en tu semblante
y me asomé al amor de tus heridas...
Yo, Señor, quisiera que vinieras
a mostrarme de nuevo
tus caminos;
a embriagarme de nuevo
el corazón.

He apostado a una carta mi vivir,
he tendido en tu mesa mis manteles,
mis afanes avanzan en tu busca:
todo por ti, Señor, todo por verte.
Pero no sólo yo... También viene la muerte,
la muerte, tan callando,
no menos afanada en desdecirte.

En vilo, Señor,
en vilo ante la zarza.
Mendigando calor, aquí me tienes.
Quiero creer que estás, que estás conmigo,
que estás en estas llamas que contemplo.
Quiero verte, Señor, quiero seguirte.
Pero a veces, mirando, me parecen
el fuego y las espinas tan lo mismo...
Arder sin consumirse, arder unidos.
No se apaga el incendio,
no se muere tampoco el tosco espino...

En vilo, Señor,
en vilo ante el Misterio.
De mi corta mirada,
¿quién podrá liberarme?
De lo triste y efímero,
¿quién podrá desasirme?
De tanto desconsuelo,
¿quién sanarme?
¿Cómo creer que existe aquella vida
que no acaba lindando con mis fueros?
La vida y sus estorbos.
La vida y sus delirios.
La vida y sus cojeras, sus parches,
sus esquinas.
La vida y sus durezas.
La vida regalada.
La vida envanecida.
La vida buena.
La vida malograda.
La vida, en fin,
de tejas para abajo.
La vida que trae rosas
y todas con espinas...

Esta es la vida nuestra,
más alta o más estrecha,
según el corazón.
Y este es tu  gran milagro:
Tú eres Dios de otra vida, de la Vida,
mas, por tu mucho amor,
has venido a la nuestra de rodillas.
No eres fuego fugaz, fuego celeste:
tea eres Tú prendida en nuestra ruina,
hombre enzarzado en dádiva divina.
De la zarza sacaron tu corona;
tu cruz, de las espinas.
Del derroche excesivo, la entrega sin medida,
Dios de Abraham, de Isaac, de cada hombre.
Dios de vivos que llamas a la Vida.

Amén.




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