domingo, 19 de mayo de 2013

¡Vuele!




Hay una luz en medio de la herida.
Y un viento fresco al borde del sudor.
Cuarterones abiertos en la ruina.
Acorde en sol mayor para el horror.
Hay un botón para el descamisado.
Y una madre zurciendo viejas penas.  
Avenidas burlando las esquinas.
Una manta esperando en el salón.
Tazas de caldo para el friolero.
Y un faro nuevo en cada acantilado.
Girasoles danzando en la tiniebla.
Sombra reciente en el camino añejo.
Hay un vagón tranquilo en hora punta.
Y una mano en la espalda del cansado.
Una voz conocida en el barullo.
Dos teas aguardando en el fogón.
Hay resquicios para el atribulado.
Nidos de infancia para las golondrinas.
Lavanda tierna entre la podredumbre.
Amor de Dios. Hay siempre Amor de Dios.

Hay una llama en medio de la llaga.
Y un dulce peso asido de los clavos.
Una firme esperanza en tus suspiros.
Una promesa eterna en tus quejidos.

Cayó la sangre, el agua y la mirada.
Vuele tu Espíritu en tanta carne ajada.
Amén.





domingo, 5 de mayo de 2013

Seremos tu morada...



Quizá, Señor, no sean nuestras ansias.
Quizá no sea mi necesidad.
Quizá no hay que afanarse en colmar nuestro pozo.
Quizá, Señor, hay más que nuestras luchas.
Quizá, Señor, no sea nuestra hambre.
Quizá, Señor, nos salvará tu sed.

Porque, Señor, Tú nos estás buscando.
Por siempre estás sediento de nosotros.
Quizá no necesites nuestros cantos,
pero clamas de sed por nuestro amén sincero:
somos el sueño más alto de tu vida,
nada esperas, Señor, más ardorosamente
que nuestra casa abierta,
nuestras manos alzadas,
de hinojos nuestro amor.

¿Dónde viviréis si no es en mis entrañas?
¿Dónde encontraréis otro lugar?
¿Quién habitará la anchura de mi alma?
¿Quién el negro hondón de mi dolor?
Quizá está en ti la sed y en mí la casa.


¡Qué paradoja, Señor! Nos buscas Tú.
Tu abrazo de Padre busca un hijo.
Tu luz de Hijo busca un rostro.
Tu paz de Espíritu anhela un corazón.
¿Seré yo, Señor, quien tú deseas?
¿Será tu hogar mi carne?
¿Será mi pobre historia tu refugio?
¿Seré yo quien hospede a mi Señor?

¡Juntemos nuestra sed, Señor, si así lo quieres!
Que arda yo en tu Palabra
como sarmiento al fuego…
Que ardas Tú en mis palabras
como pavesa al viento…
Es humilde el fogón de mis adentros
para el Fuego de Amor con que Tú vienes…
Pero Tú has elegido, Señor, este rincón,
esta hojarasca seca
para tu viva lumbre.

Quizá, Señor, no sean nuestras ansias.
Quizá no hay que afanarse en colmar nuestro pozo.
Quizá está en ti la sed y en mí la casa.
Quiyá ya estés cruzando los oteros:
quizá ya estés trayendo a manos llenas
rojas brasas de Padre,
luz eterna de Hijo,
fuelle henchido de Espíritu.
Tú nos lo has prometido: seremos tu morada…
Toma Señor, mi leña y préndenos…

Amén.