sábado, 13 de mayo de 2017

Acción de gracias de Romualdo Wambo, cmf


Hace unos días compartíamos con vosotros la alegría de la profesión perpetua de nuestro hermano Romualdo, cmf. Este fin de semana nos hacemos eco de su acción de gracias, queriendo seguir alegrándonos con él y respondiendo a la invitación que recibimos de Dios: servirle con alegría... 

Querido superior de la delegación de Francia, querido vicario de la misma, querido superior de esta provincia de Santiago, queridos miembros todos del consejo de Santiago aquí presente, sacerdotes concelebrantes, congregaciones religiosas representadas, profesores, compañeros de clase, monitores de centros juveniles claretianos, queridas hermanas y amados hermanos en Cristo, buenas tardes a todos, que habéis participado en esta celebración tan importante en mi vida.

Antes de leer como tal mi discurso, querría deciros que estoy lleno de emoción; emoción que, supongo, compartís todos conmigo. No es tan fácil escribir un discurso con tanta emoción. Ese famoso síndrome de la página en blanco, lo sufrí, en parte porque me venían demasiadas ideas de golpe. Al final decidí no complicarme y hablaros desde mi experiencia personal, estructurando este discurso en una lista de cuatro palabras, un glosarito. 

La primera sería sueños, este sueño que me hace madrugar cada mañana para alabar a Dios, fuente de mi vocación, que me hace vivir con plena confianza con mis hermanos de comunidad y me propulsa hacia el futuro. 

La segunda palabra sería gracias: gracias a Dios que día tras día se hace presente en mi vida y permite que estemos aquí en este día memorable; gracias a mi congregación y a todos los Hijos del Inmaculado Corazón de María, nuestra madre; gracias a los miembros del consejo de la delegación que me han aprobado para hacer esta profesión y al padre delegado Pierre Zanga que, a pesar del dolor de la pérdida de su madre, ha aceptado con todo amor y cariño celebrar y recibir mis votos; gracias a todos los miembros de la provincia de Santiago, con su provincial siempre simpático y con esa sonrisa que transmite tanta alegría; gracias a los formadores (José Ramon, José Manuel) que día tras día nos hacen crecer en este camino de seguimiento de Cristo, pero también a crecer como seres humanos; gracias a mis profesores presentes que nos ayudan a madurar en la ciencia teológica, 
gracias a todos mis hermanos claretianos por poder aprender de cada uno de ellos a través muchas de sus experiencias; gracias a mi familia biológica que se encuentra en Camerún de cuerpo pero que están aquí con nosotros de espíritu y que siempre me rescata cuando la necesito; gracias también a mis familias de acogida aquí en España y de Colmenar Viejo de modo particular; gracias a los amigos y compañeros de lucha de la universidad; gracias a vosotros todos, que a pesar de todas vuestras ocupaciones habéis elegido venir para ser testigos de mi sí definitivo. 

Mis últimas palabras son esperanza y acción. Son palabras que sirven como resumen a todos los consejos que me ha ido dando un maestro mío (que a veces llamo “mi papa”) durante mi formación inmediata a este acontecimiento. Dice así: “actúa con valentía y humildad en todo momento; sirve; sé trabajador y honesto con cada responsabilidad que asumas; sé trasparente, leal y solidario con los demás sin distinción; mira siempre de frente sin importar lo que pase, sé íntegro en todo momento, porque eso es lo que unifica a una persona; di la verdad con tranquilidad; comparte con sinceridad sin esperar nada a cambio; recibe y regala la sonrisa y la alegría a las personas, pues las hacen más felices; nunca dejes de soñar; disfruta la vida en tu manera y aprende mucho de ello; y por encima de todas las cosas, sé siempre un luchador por la gloria de Dios, tú salvación y la salvación de los hombres. 

Muchísimas gracias a todos y que sirváis siempre al Señor con alegría.

Romuald Wambo, cmf

domingo, 7 de mayo de 2017

Destellos de Pascua (II): Y si...


Y si...

   ¿Y si yo fuera el discípulo amado? Aquel que reclinó su cabeza en el pecho de Jesús, ansiando compartir su corazón. Aquel que le siguió a casa de Caifás y permaneció al pie de la cruz, compartiendo su dolor, el dolor de tantos, pues en el sufrimiento también está Dios.

   Y si él me hubiera confiado a su madre, haciéndome su hermano, invitándome a compartir su sueño para el hombre, su obra redentora… ¿seguiría mirando la vida tras la barrera, buscando no complicármela demasiado, dejando que sean otros los que den la cara?

   Y si, acompañando a Pedro, hubiese salido corriendo ante el anuncio de María para comprobar que la tumba está vacía ¿Habría creído? ¿Habría prestado oídos a esa voz que clama desdelo más hondo de mi ser, gritando que Cristo vive? ¿o habría tomado las palabras de la Magdalena como los desvaríos de una histérica incapaz de aceptar la realidad?

   Y si, de vuelta a Galilea, en la faena cotidiana al lado de Pedro, él hubiese pasado a nuestro lado, ¿le habría reconocido? ¿Le reconozco en las vidas de los que se cruzan conmigo, en los que sufren a mi alrededor, en quienes corren angustiados porque no le encuentran donde esperan encontrarle?

   ¿Soy, por ventura, su discípulo amado? ¿Lo eres tú?

Y si estuviéramos llamados a serlo, si él nos aguardara desde antes de conocerle… ¿aceptaremos el reto o seguiremos encerrados en nuestra rutina ignorando la luz?

Carlos P. G., cmf