domingo, 9 de julio de 2017

Embellecer el rostro vulnerado

  Desde hace un mes la comunidad ha ido poco a poco llegando a distintas partes del mundo. Cinco de nosotros han acabado su tiempo de formación en Colmenar Viejo y ya viven en sus nuevas comunidades de España e Inglaterra. Dos de nosotros disfrutan de sus vacaciones en su lugar de origen (Indonesia y Camerún) para volver con fuerza el curso próximo. El resto, vamos repartiéndonos en actividades de verano: campamentos, camino de Santiago, peregrinación a Taizé o voluntariados en casas de acogida. 

  De esto último quisiéramos compartir un destello de luz, un acontecimiento luminoso que nos acerque al Dios que nos convoca y nos envía. A lo largo de esta semana que acaba, un grupo de seis estudiantes claretianos hemos colaborado en el Hogar Jesús Caminante de Colmenar Viejo. Un proyecto que hace 25 años nació en el pueblo que nos acoge. Un hogar para aquellos cuyas oportunidades parecen haberse agotado. Un casa de unos 50 hombres que apuestan por una vida digna y con un futuro mejor. Así nos lo cuenta Jorge Ruiz:



Una mirada que embellezca

  Nuestra labor ha sido sencilla y discreta. No hemos llevado a cabo un plan llamativo, ni hemos elaborado un nuevo proyecto. Lo único que hemos hecho ha sido estar disponibles a aquello que surgiera. Y lo primero que se nos pidió al llegar cada mañana fue afeitar a aquellos que no pueden hacerlo por sí mismos. Parece algo baladí, sin grandes complicaciones. Sin embargo, este pequeño acto guardaba en sí mismo un trocito del Reino. 
  Personas como José Luis, Luis, Vasile o Jesús no son de muchas palabras. Pero había dos que siempre tenían en los labios: 'por favor' y 'gracias'. Y así, cada vez que venían a uno de nosotros para afeitarse nos las regalaban. Es verdad que no advierte nada nuevo este hecho pero, ¿no es acaso así el Reino? ¿No va esto de pequeños gestos de personas humildes que se dejan sanar y acariciar, que dejan que otros bajemos de nuestra nube particular? 
  Junto a esas palabras, recibíamos una mirada interpelante de cada uno de ellos. Sus ojos tan elocuentes como a veces perdidos agradecían esos minutos de cuidado. De algún modo, cada vez que afeitábamos sabíamos que ellos recibían una porción de dignidad. Y nosotros, nuestra parte de realidad. Me ayuda sentir que ellos se supieron embellecidos por nosotros. Y me recuerda a aquello del escritor francés Gerard Bessière, con mayor elegancia que la mía: 
«Acabo de embellecer a una mujer. Hace meses, incluso años, que no lo hacía. Con una mirada atenta, disfrutaba antes despertando belleza en rostros que incluso parecían feos. ¿Por qué he dejado, o casi, de llamar con mis ojos a la luz que, desde lo profundo de los seres, puede transfigurarles? Sin duda, porque me he dejado ahogar por preocupaciones y miedos que me han abrumado. [...] Salí contento. Tenía ganas de decir a los transeúntes de rostro cerrado: ‘Deteneos un instante, ¿queréis que os embellezca?’
¿Cómo he podido olvidar que antes disfrutaba haciendo que los rostros cantaran? Siento que se trata de mi vida más honda, la que corre peligro de endurecerse y morir, la que sólo existe dándose. ¿Será posible dar hermosura, como el alfarero o el escultor, con una mirada sobre la arcilla de la humanidad?» [Gerard Bessière. Préstame tus ojos I. Sígueme, Salamanca 1998, 15]
  Estos días, en el Hogar de Jesús Caminante, creo que he aprendido a mirar embelleciendo. A hacer de una actividad sencilla un camino que despierte la belleza que todos llevamos dentro, incluso en los rostros más vulnerados. A avivar aquella conciencia adormecida que descansa en el corazón, aquella que nos susurra -a pesar de este mundo tan injusto- que a los ojos de Dios todos somos preciosos [cf. Is 43,4]. Poner en juego una mirada que no juzgue ni condene, sino que embellezca. 
  Desde este lugar quisiera agradecer este hermoso regalo de desear hacer más bello a quien menos se lo espera, a quien menos pareciera merecerlo según la lógica humana. Y agradecer a José Luis, a Luis, a Vasile y a Jesús que me hayan mirado con gratitud. Con su mirada veo cumplidas las palabras del evangelio que hoy proclamamos: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré.» [Mt 11,28]. Gracias, Señor de los caminos, por regalar tu belleza en estos sencillos encuentros. 
Jorge Ruiz, cmf