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Soñamos
alto, Señor;
soñamos alto…
Con palabras brillantes
alzamos las manos a remotos
cielos,
miramos horizontes de infinita belleza.
Soñamos alto, Señor,
soñamos
alto…
Pero no somos hombres ilusos, inconscientes.
Sólo queremos verte.
Y
amarte.
Y seguirte del todo
cada día.
Porque Tú nos enciendes,
prendes el
corazón y nos lo elevas,
siembras nuestros proyectos de ideales,
diriges
nuestros ojos a la cima.
El amor perfecto,
la bondad sin mancha,
la fe
arraigada,
la alegría eterna,
la esperanza recia,
el perdón sincero,
la pasión
divina,
el corazón entero,
las manos entregadas,
los pies dispuestos…
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Soñamos
alto, Señor,
soñamos alto…
Pero Tú quieres vernos en la vida,
en esta que
tenemos.
Quieres vernos soñar, volar,
sin despreciar el suelo.
Y que no sea en
balde nuestro anhelo,
que no se quede tanta voluntad
en agua de borrajas.
Danos,
Señor, tus sueños —altos, puros—
y danos claridad para encarnarlos.
Danos
amarte a ti
no sólo con discursos ardorosos,
también con decisiones cotidianas.
En la cumbre, tu Amor,
y todos los amores hacia el tuyo…
Esta cruz que nos
pesa, Señor,
no nos la quites.
No nos saques del barro que pisamos.
Los sueños
sin madero son espuma.
Y Tú eres mar rotundo,
azul, profundo.
Alta Luz que se
abaja y se nos llega.
Amor que, en cada esquina, nos llama,
nos espera.
Amén.
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