domingo, 20 de octubre de 2013

Hermanos mártires

     El domingo pasado la Iglesia española celebró con gozo la beatificación de 522 mártires (obispos, sacerdotes, religiosos y seglares) que entregaron la vida por ser fieles a Jesucristo en medio de la barbarie de la guerra civil española (1936-1939). 23 de estos mártires eran misioneros claretianos. Nosotros, como comunidad formativa, pudimos disfrutar de la celebración de beatificación en Tarragona. Y, sobre todo, nos alegramos alegramos de poder recordar con agradecimiento la vida y la vocación de los mártires. Al hacer memoria de estos claretianos, alzamos juntos la mirada a Jesús, al que todo lo ofreció por nosotros, al que se dio a sí mismo sin reservas. Y en Él, contemplamos a nuestros hermanos mártires de Sigüenza, Fernán Caballero y Tarragona (aquí, sus historias), que ya forman parte de este misterio de Amor sin límites. Ellos, misioneros, soñaban con llegar a los confines del mundo. Pero sobre todo, eran —son— del Señor. Buscaban a Dios, deseaban seguir las huellas del Crucificado y, en el fondo de su corazón, sabían que ninguna empresa misionera es mayor ni más profunda que la entrega de la vida. Darse del todo al que todo nos lo ha dado. Más allá del vivir y del morir, somos tuyos, tuyos, tuyos. Gracias, Señor, por seguir clamando en nuestros hermanos y en nuestros corazones: Entregadlo todo. Por amor. Venid al Padre.

     A continuación, Carlos Puerto y José Ramón Palencia nos comparten un testimonio personal en torno a los mártires. Aunque en distintos momentos, ambos fueron escritos en Barbastro, en la casa-museo (casa-fuente) donde encontraron el martirio otros 51 claretianos, beatificados en 1992 (Mártires de Barbastro). Estas palabras de dos jóvenes deseosos de ser misioneros ante los restos del seminario mártir de Barbastro, cobran especial densidad... Gracias, Señor, por seguir llamándonos y soñándonos tan alto.

Comunidades formativas de Colmenar Viejo y Granada en la beatificación de Tarragona
     
     Soy José Ramón, hace 6 meses que vivo en el seminario de Colmenar Viejo, el curso que viene seré postulante… Quiero ser misionero claretiano.
     ¿Qué resuena hoy en mi interior aquí, en Barbastro, al recordar a los mártires? Desde hace bastantes años, en mi interior ha resonado una frase "¿Voy a dejar de beber el cáliz que me ofrece el padre?" Quizá esta pregunta, en distinta situación, también resonó en la cabeza de alguno de los mártires. Hoy su testimonio me habla de fidelidad, de confianza en Dios y en que Él siempre camina a mi lado, a nuestro lado. Cuando pienso en cómo lo pasaron y me pregunto por qué, siento que Dios me pregunta: “¿Cuándo tú has llorado sin que yo haya llorado contigo?” Seguro que muchos de vosotros os preguntáis: ¿Y no habría sido mucho mejor y más útil decir, “no creo en Dios”, “renuncio a mi fe”, entregar el rosario…; haberse escondido y después de un tiempo haber seguido con su vida? Y yo os pregunto: ¿qué testimonio habrían dejado entonces? Seguro que con su opción suscitaron preguntas en aquellos que no pensaban igual que ellos, en aquellos que estaban cegados por el odio… Predicar de palabra ante un público entregado siempre es mucho más fácil…

     Por todo esto su testimonio me habla de salir de mi casa, de mis comodidades para dar testimonio con la propia vida y con menos palabras. Me habla de llevar la eucaristía al centro de la vida, allí donde hay alguien que sufre, al centro de las relaciones humanas, del día a día. Eucaristía que da la fuerza para amar y perdonar incondicionalmente. Pero sobre todo, a mí, Señor, su testimonio me habla de perdón, de amor y de vida; de ese perder la vida que solo merece la pena desde tu amor, desde tu palabra, desde la confianza plena depositada en ti, igual que Tú, Señor, la depositaste en el Padre. "Estar dispuesto a todo, aceptarlo todo".
     Señor ayúdame a ser revulsivo, alegre y entregado en mi comunidad. Que este testimonio de los mártires me ayude a no acomodarme. Con todos mis defectos y pecados quiero salir, salir de mi habitación, de mis ataduras y disfrutar y crecer en la vida en comunidad, igual que hicieron los mártires; para después salir de mi comunidad y entregarme al otro, para dejarme afectar por su vida, para llevarte allí donde alguien grite de dolor, allí donde no te conozcan. Solo aspiro a que cuando me vean alegre vivir tu mensaje puedan pensar: “si es así el discípulo, cómo será el maestro”. Y después de todo, volver a ti, para volver a escuchar tu palabra, beber de tu fuente de vida que da la fuerza y la alegría, para volver al mundo.
     Gracias, Señor, porque este testimonio de los mártires me ayuda a confiar y a permanecer fiel a ti, a darme cuenta de que, al abandonarme a ti, Tú avivarás el fuego del amor en mi corazón y me llevaras donde más me necesiten. Que mi chispa de entrega y amor que hoy se aviva recordando a los mártires, Tú me ayudes a orientarla; que siempre permanezca fiel a ti con los pies en el mundo, para seguir encontrándote, escuchándote y sintiendo tu abrazo infinito de amor, ese amor por el que merece la pena “perder la vida”.

José Ramón Palencia
Barbastro, julio de 2013


     «El que pierde su vida por mí, la encontrará para siempre» (Mt 10, 39).
     Perder mi vida, mis caprichos, mi tiempo, mis comodidades… ¿Realmente los pierdo? ¿O tan solo me desprendo del exceso de equipaje que me impide seguirte? Hoy pongo mi vida en tus manos para que dispongas de ella a tu gusto. Mis amores, anhelos, virtudes y defectos. Estoy dispuesto para la criba; déjame solo lo que consideres necesario, pues sin ti nada valen. Pero seamos sinceros, fue persiguiendo mis sueños como te encontré. A través de mis seres queridos te conocí. Y gracias a mis defectos y virtudes aprendí a amarte. Justo cuando creí encontrar mi sitio revolviste mi vida al decirme que me querías para ti. Pero ¿dónde y para qué?
     «Id a presentaros a los sacerdotes» (Lc 17, 14).
     Literalmente, es lo que he hecho. Yo, que un día renuncié a ellos. Yo, tan crítico con la “iglesia jerárquica”. Aquí estoy, llamando a sus puertas. ¡Bendita contradicción! Si cuando digo que me asemejo a Jonás… Primero la tormenta, el terremoto que “destrozó” mi vida. Y ahora me toca tragarme el orgullo y revisar mis creencias. Solo falta que al final termine bajo una higuera seca renegando de ti. Lo cual, conociéndome, no descarto. A pesar de todo, o quizás por ello, quiero ser tus manos, tus brazos y tus labios. Manos para arar tus tierras, brazos para acoger a tus hijos y consolarlos, labios para proclamar tu palabra y darte a conocer. Tuyo soy, siempre lo fui (aunque me negara a verlo) y siempre lo seré. Dispón de mi vida, que yo te la entrego con la esperanza de llegar a amarte como estos mártires que hoy me cuestionan.

Carlos Puerto
Barbastro, 12 de octubre de 2013




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