miércoles, 5 de junio de 2013

Novena al Corazón de María. María, Corazón de Fragua



     Contemplamos hoy a María, Corazón de Fragua. Esta advocación es muy propia y muy querida para los claretianos. Claret contempla el Corazón de María como una fragua ardiente en la que se forma el cristiano. Siente que ella es la fragua donde forjarse como hijo de Dios y misionero del Evangelio. A menudo se dirigía a la Virgen María llamándola “fragua”, singularmente en la oración que solía recitar al comienzo de las misiones populares: “¡Oh Virgen y Madre de Dios, Madre y abogada de los pobres e infelices pecadores! Bien sabéis que soy hijo y ministro vuestro, formado por Vos misma en la fragua de vuestra misericordia y amor” (Aut 270). En este sentido, la fragua puede entenderse como un camino a seguir de la mano de la Virgen María, donde ella es para nosotros:
  • La Protectora en los peligros que nos acechan y nos impiden tomar una clara decisión por Dios en las diversas encrucijadas de la vida.
  • La Madre que en su Corazón refleja y transmite el fuego del amor del Padre y del prójimo.
  • Es la Formadora que va forjando con su acción materna la barra de hierro –que cada uno de nosotros somos– hasta adquirir la forma de su Hijo Jesús.
  • Y la Directora que envía a sus hijos, como saetas afiladas, a anunciar el Evangelio y construir aquí y este tiempo el Reino de Dios.

    Nosotros podemos poner en práctica a lo largo de nuestra vida este camino de renovación y configuración. Decisión libre y exigente. Solo el Espíritu Santo y la Virgen María pueden formar en nosotros a Cristo. No olvides invocarlos cada día. Te será muy provechoso repetir con frecuencia unas sencillas jaculatorias inspiradas en las palabras de san Antonio Mª Claret: “Madre, fórmame en la fragua de tu Corazón”, “Madre, lánzame como saeta afilada”. Y cada vez que acudas a la Eucaristía recuerda esto mismo que él nos dijo:
     “Al que comulga bien le sucede lo que a la barra de hierro que se mete en la fragua, donde se convierte en fuego; sí, asimismo queda endiosada el alma que comulga bien; el fuego al hierro le quita la escoria, la frialdad natural, la dureza, y le pone tan blando que lo llega a derretir y se amolda al gusto del artífice. Otro tanto hace el fuego del amor divino en la fragua de la comunión al alma que comulga bien y con frecuencia: le quita la escoria de las imperfecciones, la frialdad natural, la dureza de su amor propio, y la pone tan tierna y blanda, que se amolda completamente a la voluntad de Dios en todo y por todo, y así dice, como Jesús al eterno Padre: Hágase tu voluntad y no la mía (EE 131).


Madre de nuestra comunidad,
Madre del Corazón en permanente fragua,
déjanos contemplarte
como la mujer disponible
con el sí siempre a punto para Dios,
déjanos reconocerte
como la mujer con el paso alerta,
atenta a las necesidades de los otros,
déjanos verte así: desinstalada y pobre,
peregrina de la Palabra,
peregrina tras el mensaje.

Tú afrontaste las crisis de tu existencia:
dudas, separaciones, muertes,
con los ojos abiertos a los signos de Dios,
esperando siempre y fiel a tu vocación.
Tú lo aceptaste todo
y lo diste todo generosamente, sin condiciones,
en constante actitud de servicio al Reino.

Gracias por tu generosidad y por tus gestos.
Madre del sí siempre a punto,
Madre del Corazón en permanente fragua,
enséñanos a entregarlo todo a Dios y a la humanidad.
Amén.

                                                                              [José Manuel Sueiro]



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