viernes, 11 de febrero de 2011

tuenrostros

Ephrem Tshibamfumu, cmf

     Fue a los 12 años, en 1993; mi padre era director de la escuela primaria Yelenge, que pertenecía a la parroquia de S. Pablo (Masi-Manimba) en la R. D. de Congo, y el P. Médard Kwango, misionero claretiano, enseñaba en ella. Llevaba algunos folletos sobre la Congregación –un álbum con fotos e imágenes– y me las ofrecía. Un día estábamos muy entretenidos con un libro de dibujos...
    

     ...en el que descubrimos dos imágenes interesantes: una de un chico arrastrado por una ola del mar, gritando: «¡Santa Madre, sálvame, que no sé nadar!»; la otra, de un obispo apuñalado por un hombre delante de una iglesia entre la muchedumbre. Con la inocencia de la infancia, todo esto me resultaba divertido, aunque desconocía el título del libro y quién era su protagonista. Se trataba de Antonio Claret, el fundador de la Congregación de Misioneros Claretianos.
  
     Hacia finales de 1997, mi padre me inscribió en la escuela de las hermanas Carmelitas de la Caridad de Vedruna de Kingungi para empezar el 4ºcurso de secundaria. Fue en este contexto donde me encontré de nuevo con el mundo religioso. Precisamente con tres comunidades religiosas: los curas diocesanos de Kikwit, los hermanos de S. José de Kinzambi y las hermanas Carmelitas de la Caridad de Vedruna. En 1998 el Vicario parroquial dio un anuncio en la iglesia sobre la inscripción de jóvenes aspirantes que él mismo orientaría hacia distintas congregaciones según el deseo de cada cual. Animado por las hermanas Carmelitas de la Caridad, me inscribí.
    
     Así nació en mí el deseo de saber un poco más sobre los Misioneros Claretianos. El vicario me puso en contacto con los claretianos que estaban en una parroquia vecina a la nuestra (Pay Kongila). Determinado por el deseo de descubrir algo importante que me urgía interiormente y acompañado por un amigo, llegué a la parroquia cuando el padre encargado de los aspirantes estaba de gira pastoral (el Jean Claude Makambu, cmf). Gracias a la hermosa acogida de los aspirantes, nos quedamos ahí durante cinco días. Fue un momento muy agradable, nos dejamos emocionar por su forma de animar las misas y recitábamos las oraciones con ellos. Cuando el padre llegó, nos entregó aquel libro de cuyas imágenes hablamos al principio; lo reconocí inmediatamente por el color, que recordaba desde mi infancia: se trataba de La fuerza del Evangelio. Me quedé marcado por la historia del Padre Claret y por el sentido del carisma claretiano y entré en el seminario claretiano como aspirante en septiembre 2001 en Kikwit.


     He aquí mi pequeña historia, que, sin ser extraordinaria, es un testimonio con el que revivo los primeros sentimientos de mi vocación para compartirlos con vosotros. Hoy sigo inquieto por vivir la dimensión universal de la misión de la Congregación, valorando la disponibilidad y la experiencia intercultural, tal y como lo hizo el mismo San Antonio María Claret.

2 comentarios:

  1. Ephrem tu historia me la leo todos los dias y cada dia me gusta mas gracias por hacerme feliz de tu amigo francisco el del centro juvenil

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  2. Gracias Francisco, como sabes San Antonio María Claret tiene une historia, hoy yo la tengo también.Tú también la tienes. ánimo, este testimonio es para tí,para tus amigos, para todos y este blog es también para vosotros... además, nuestro seminario siempre está abierto cuando queraís, podeís visitarnos.tu amigo Ephrem,Cmf.

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