miércoles, 26 de septiembre de 2018

Varod




En el kilómetro 7 de la carretera que discurre entre Vavuniya y Parayanalankulam se emplaza un humilde lugar llamado VAROD. Probablemente pase desapercibido a cualquiera que no ande buscándolo, o puede que la panadería de la entrada le llame la atención y, ya puestos, tal vez recabe en la tienda de bolsos que la acompaña. Si así fuere y le picare la curiosidad, descubrirá que tras sendos edificios se esconde una villa de chozas entre árboles tropicales. Entonces es posible que el peregrino curioso se pregunte qué se esconde tras sendos comercios y se adentre en esta isla de esperanza. Al hacerlo descubrirá multitud de carteles en los cuales se explica la razón de ser de esta villa levantada por los claretianos en 2009, en una de las zonas con más cicatrices fruto la guerra civil de Sri Lanka.


El distrito de Vavuniya, de habla tamil, es una de las zonas más pobres de Sri Lanka y durante los 26 años de conflicto no solo la vida de muchas personas fue seriamente lacerada, sino también sus cuerpos. Con el propósito de ayudar a estas personas a rehacer sus vidas y descubrir que la pérdida de una extremidad no resta un ápice a su valía, nació Vanni Rehabilitation Organization for the Diffrently Abled (VAROD). Son muchas las personas que han redescubierto la esperanza gracias a sus múltiples programas, esta es la cara amable y agradable de este lugar, donde los dos comercios mentados son solo uno de sus múltiples frutos. Pero si nos adentramos un poco más en esta Betania descubriremos que hay quienes aún no han salido del sepulcro y quizá nunca lo hagan, pues la losa que lo clausura no es física, sino psíquica.

Durante mi estancia en Sri Lanka tuve la suerte de vivir dos semanas en esta aldea, catorce días en los que los claretianos allí presentes (los padres Jacob, Jeyaseelan, Jenis y Christy) me acogieron como uno más y me permitieron compartir su día a día. Hablando con estos héroes anónimos descubrí que la atención a los discapacitados psíquicos no constaba en el proyecto inicial, sino que fue una imposición de un gobierno deseoso de encontrar un lugar donde aparcar a esta “carga social que solo genera gastos”.


La nuestra es una congregación apostólica, no caritativa; luego el cuidado de estos “niños” no es algo a lo que estemos acostumbrados y, obviamente, carecemos de la preparación apropiada. En España he tenido la suerte de conocer y participar en la labor de la Institución Benéfica del Sagrado Corazón de Jesús, así como en el Centro Privado de Educación Especial Purísima Concepción, ambos en Granada. También he vivido en la comunidad de BASIDA en Navahondilla, por lo que se podría pensar estaba preparado para interactuar con estos “renglones torcidos de Dios”. Nada más lejos de la realidad, y no solo por el problema del idioma, este es el menor de los problemas, sino porque en España hay una cierta conciencia de cuidado de estas personas que no tuvieron la oportunidad de elegir y el Estado subvenciona diversos proyectos para atenderles. También se cuenta con cierta experiencia y los diferentes lugares donde residen suelen estar especializados, siendo coordinados por gente debidamente preparada para ello. Por el contrario, en Sri Lanka las instituciones religiosas hacen lo que pueden, con lo que en VAROD conviven personas con diversos tipos de discapacidad en un lugar con pocos medios, tanto materiales como humanos, pero donde no falta el Amor.

Compartir la rutina diaria, esa que tanto necesitan estas personas y tan difícil es mantener, pues nunca sabes que idea peregrina pasará por sus cabezas, te marca profundamente si te dejas tocar. Soy hijo del primer mundo, donde las necesidades básicas están más que cubiertas, pero escasea la más básica de todas: el amar y saberse amado. Allí, entre risas y llantos, pude ver que lo que no les falta a estos desheredados es amor. Desgraciadamente no es el amor de su familia, pues la mayoría de ellos “han sido aparcados”, pero reina un amor incondicional mayor que el de una madre. Como hombre no puedo dejar de conmoverme, como occidental de preguntarme ¿qué puedo hacer por ellos?, ¿hay algún modo en el que podamos ayudarnos mutuamente, nosotros enseñándoles a pescar y ellos enseñándonos a vivir? Tal vez algún tipo de colaboración que permita formar a gente en el cuidado de estas personas al tiempo que ellos nos enseñan que no necesitamos de tanto para vivir y ser felices; y ¿quién sabe? quizá descubrir que los renglones torcidos de Dios son las señales que nos indican el camino recto y seguro.
Carlos Puerto Gómez cmf

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