domingo, 26 de enero de 2014

Sol de mediodía



Pronto empezó a brillar tu luz, Señor,
Sol de mediodía.
Aquella luz manada del portal,
crecida en el hogar,
luz de las gentes.
Y pronto se escapó por las ventanas
en busca de los pueblos,
sedienta de caminos.
A orilla de los mares llegó tu luz, Señor,
al borde los lagos.
Al pie de las colinas,
entre campos de olivos.
En la regia ciudad,
en el rincón perdido.
En medio del oficio y la faena,
en el brocal del pozo
y en la arena.

El Sol de mediodía hoy ha arribado,
cruzando el tiempo eterno,
brincando por los siglos.
Has venido, Jesús, hoy has venido.
Señor de toda luz. Luz en camino.
No hay orilla ni lago. No hay monte. No hay aprisco.
No hay ciudad ni rincón.
No hay redes.
No hay olivos.
No hay nada que detenga tu designio,
tus ojos encendidos en los míos.

Y abandonar la barca cotidiana,
el aparejo viejo y conocido,
estas aguas de siempre,
este lebrillo.
El tímido candil para mis noches
y todo lo aprendido.
Y abrazar la esperanza 
de una luz para siempre,
de tu Luz para siempre
en mi talega.
Como sendero raso,
como mantel tendido,
como sol en cascada
por los riscos.
Como luz que se asoma
por todas las riberas.
Me llamas en el sol, Señor;
en sol te llegas.
¡En la redonda luz de tu presencia,
lleva mi corazón por tu alegría,
mi amor por tus veredas!

Amén.



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