sábado, 12 de marzo de 2011

Primer domingo de Cuaresma


     Jesús acaba de escuchar en su bautismo las palabras más hondas de su vida: Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco. Inmediatamente después, se marcha a la soledad sonora del desierto. Porque las palabras más importantes de nuestra vida merecen un espacio y un tiempo para ser acogidas -con asombro, con gratitud, con alegría- en el corazón de nuestra interioridad.
     De lo alto viene la voz que nos dice Tú eres mi amado. Pero también de arriba nos llueven sin cesar apetecibles manzanas: su aspecto es casi irresistible, su sabor nos deja insatisfechos. Tú y yo sabemos cuáles son las manzanas que nos tientan. Y quizá sintamos que en la vida diaria nos abruman.

    
     Necesitamos lucidez, serenidad, honestidad: aprender a reconocer con qué manzanas estamos engañando tanto hambre como tenemos, atrevernos a saborear en lo más íntimo lo único que de verdad nos sacia. Y orientar desde ello nuestras aspiraciones, nuestras relaciones, nuestra vida. Necesitamos llenarnos de desierto para sentir el sol del Amor de Dios, que tantos manzanos nos ocultan...
     Quizá, como Jesús, sintamos hambre. Quizá, en soledad, las manzanas se nos antojen aún más sabrosas. Pero sólo en la anchura del desierto -siempre  abierto al cielo que vela por nosotros- descubrimos que Alguien nos tiende una mano llena de Pan y nos muestra otros rostros para quienes hay que empezar a preparar la Mesa... 

1 comentario:

  1. habia una guerra entre las tentaciones y el Amor,pero el resultado final ganó el Amor con muchiiiiiiiiiissssssssiiiiimoooooooos puntos...

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