En el kilómetro 7 de la carretera que discurre entre
Vavuniya y Parayanalankulam se emplaza un humilde lugar llamado VAROD.
Probablemente pase desapercibido a cualquiera que no ande buscándolo, o puede
que la panadería de la entrada le llame la atención y, ya puestos, tal vez
recabe en la tienda de bolsos que la acompaña. Si así fuere y le picare la
curiosidad, descubrirá que tras sendos edificios se esconde una villa de chozas
entre árboles tropicales. Entonces es posible que el peregrino curioso se
pregunte qué se esconde tras sendos comercios y se adentre en esta isla de
esperanza. Al hacerlo descubrirá multitud de carteles en los cuales se explica
la razón de ser de esta villa levantada por los claretianos en 2009, en una de
las zonas con más cicatrices fruto la guerra civil de Sri Lanka.
El distrito de Vavuniya, de habla tamil, es una de las
zonas más pobres de Sri Lanka y durante los 26 años de conflicto no solo la
vida de muchas personas fue seriamente lacerada, sino también sus cuerpos. Con
el propósito de ayudar a estas personas a rehacer sus vidas y descubrir que la
pérdida de una extremidad no resta un ápice a su valía, nació Vanni Rehabilitation Organization for the
Diffrently Abled (VAROD). Son muchas las personas que han redescubierto la
esperanza gracias a sus múltiples programas, esta es la cara amable y agradable
de este lugar, donde los dos comercios mentados son solo uno de sus múltiples
frutos. Pero si nos adentramos un poco más en esta Betania descubriremos que
hay quienes aún no han salido del sepulcro y quizá nunca lo hagan, pues la losa
que lo clausura no es física, sino psíquica.
Durante
mi estancia en Sri Lanka tuve la suerte de vivir dos semanas en esta aldea, catorce
días en los que los claretianos allí presentes (los padres Jacob, Jeyaseelan,
Jenis y Christy) me acogieron como uno más y me permitieron compartir su día a
día. Hablando con estos héroes anónimos descubrí que la atención a los
discapacitados psíquicos no constaba en el proyecto inicial, sino que fue una
imposición de un gobierno deseoso de encontrar un lugar donde aparcar a esta “carga social que solo
genera gastos”.
La nuestra es una congregación apostólica, no
caritativa; luego el cuidado de estos “niños” no es algo a lo que estemos acostumbrados
y, obviamente, carecemos de la preparación apropiada. En España he tenido la
suerte de conocer y participar en la labor de la Institución Benéfica del Sagrado Corazón de Jesús, así como en el Centro Privado de Educación Especial
Purísima Concepción, ambos en Granada. También he vivido en la comunidad de
BASIDA en Navahondilla, por lo que se podría pensar estaba preparado para
interactuar con estos “renglones torcidos de Dios”. Nada más lejos de la
realidad, y no solo por el problema del idioma, este es el menor de los
problemas, sino porque en España hay una cierta conciencia de cuidado de estas
personas que no tuvieron la oportunidad de elegir y el Estado subvenciona
diversos proyectos para atenderles. También se cuenta con cierta experiencia y
los diferentes lugares donde residen suelen estar especializados, siendo
coordinados por gente debidamente preparada para ello. Por el contrario, en Sri
Lanka las instituciones religiosas hacen lo que pueden, con lo que en VAROD
conviven personas con diversos tipos de discapacidad en un lugar con pocos
medios, tanto materiales como humanos, pero donde no falta el Amor.
Compartir
la rutina diaria, esa que tanto necesitan estas personas y tan difícil es
mantener, pues nunca sabes que idea peregrina pasará por sus cabezas, te marca
profundamente si te dejas tocar. Soy hijo del primer mundo, donde las
necesidades básicas están más que cubiertas, pero escasea la más básica de
todas: el amar y saberse amado. Allí, entre risas y llantos, pude ver que lo
que no les falta a estos desheredados es amor. Desgraciadamente no es el amor
de su familia, pues la mayoría de ellos “han sido aparcados”, pero reina un
amor incondicional mayor que el de una madre. Como hombre no puedo dejar de
conmoverme, como occidental de preguntarme ¿qué puedo hacer por ellos?, ¿hay
algún modo en el que podamos ayudarnos mutuamente, nosotros enseñándoles a
pescar y ellos enseñándonos a vivir? Tal vez algún tipo de colaboración que
permita formar a gente en el cuidado de estas personas al tiempo que ellos nos
enseñan que no necesitamos de tanto para vivir y ser felices; y ¿quién sabe?
quizá descubrir que los renglones torcidos de Dios son las señales que nos indican
el camino recto y seguro.