Y si...
¿Y si yo fuera el discípulo amado? Aquel que reclinó su cabeza en el pecho de Jesús, ansiando compartir su corazón. Aquel que le siguió a casa de Caifás y permaneció al pie de la cruz, compartiendo su dolor, el dolor de tantos, pues en el sufrimiento también está Dios.
Y si él me hubiera confiado a su madre, haciéndome su hermano, invitándome a compartir su sueño para el hombre, su obra redentora… ¿seguiría mirando la vida tras la barrera, buscando no complicármela demasiado, dejando que sean otros los que den la cara?
Y si, acompañando a Pedro, hubiese salido corriendo ante el anuncio de María para comprobar que la tumba está vacía ¿Habría creído? ¿Habría prestado oídos a esa voz que clama desdelo más hondo de mi ser, gritando que Cristo vive? ¿o habría tomado las palabras de la Magdalena como los desvaríos de una histérica incapaz de aceptar la realidad?
Y si, de vuelta a Galilea, en la faena cotidiana al lado de Pedro, él hubiese pasado a nuestro lado, ¿le habría reconocido? ¿Le reconozco en las vidas de los que se cruzan conmigo, en los que sufren a mi alrededor, en quienes corren angustiados porque no le encuentran donde esperan encontrarle?
¿Soy, por ventura, su discípulo amado? ¿Lo eres tú?
Y si estuviéramos llamados a serlo, si él nos aguardara desde antes de conocerle… ¿aceptaremos el reto o seguiremos encerrados en nuestra rutina ignorando la luz?
Carlos P. G., cmf
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