miércoles, 22 de marzo de 2017

Dejarse encontrar por Dios, en la montaña y en lo cotidiano: José Ramón, cmf

Seguimos con los ecos del pasado día del Seminario. En vez de en nuestra Iglesia de Colmenar Viejo, uno de nuestros estudiantes compartió parte de lo que es en la Iglesia de los Misioneros Claretianos de Segovia. Se llama José Ramón (más conocido como Josua...) y quiere compartir contigo cómo resuena en él y en su historia vocacional las lecturas del domingo pasado... ¡Esperamos que te guste! 


A veces decimos «me muero de sed», pero si lo pensamos un momento no es del todo verdad, porque precisamente esta sed, es la que nos avisa, la que nos salva la vida. En la lectura de hoy el agua, la sed de Jesús y la sed de la mujer, es el hilo que nos lleva a un encuentro. 

Jesús toma la iniciativa en este encuentro, lejos de los prejuicios, lejos del culto institucionalizado, lejos del templo; Jesús llama, se hace mendigo del agua de la mujer, acoge su humanidad inquieta, las heridas que ella lleva. Ella es la protagonista, ella es quien recorre el camino de la búsqueda. Es un encuentro que se va haciendo historia de amor, que va pasando de la frialdad inicial al deseo: «dame de esa agua». Siempre al ritmo de la inquietud de la mujer, con la paciencia infinita de Dios. Así es como yo vivo mi historia, como historia de amor en la que Dios ha tenido y tiene infinita paciencia conmigo. En la que ha puesto muchas mediaciones que me han ayudado a discernir y a ser más libre, en concreto claretianos que sin dejar de acompañarme, han sido tremendamente respetuosos con mi historia con Dios. 

Al principio la Samaritana se sentía segura, incluso superior, pues ella tenía el cubo, el pozo, la cuerda... ¡Cuánta riqueza para una mujer sedienta! La mujer era rica, y Jesús era pobre. Solo cabe esperar una obra buena por parte de ella, que le diera de beber al sediento y se marchara aún más rica y orgullosa. ¿De dónde vas a sacar tú el agua si no tienes ni cubo? Pero al mismo tiempo resuena aquello que le dice Jesús... «Si conocieras el don de Dios», es decir, si descubrieras cómo te sueña Dios, si descubrieras dónde habita el amor de Dios en tu vida... Descubrirías el agua viva, el agua que abre el corazón al que tenemos al lado, el agua que nos ayuda a no endurecer el corazón. En mi vida las personas con discapacidad, los jóvenes y mi abuela son las personas en quienes Dios se ha hecho presente, en quienes Dios se ha hecho pobre y en quienes también me ha invitado a poner la confianza en él. En el encuentro con otros y con Jesucristo es donde Dios se hace don. 


«Señor dame de esa agua» dice la Samaritana. Ella está gastada por muchos amores, pero se fía; quizá al principio no sabe muy bien qué pide, pero ve en Jesús a aquel que sondea su corazón como nadie lo hizo jamás. Ella, a pesar de todo, era preciosa a los ojos de Dios. Esta confianza es solo el principio del camino, en medio de ese camino, igual que en medio del desierto, surgen muchas dudas, muchas tensiones. En mi historia vocacional ha habido y hay muchas dudas, tentaciones… A menudo la pregunta que nos hacemos (y que me hago) es: ¿Qué quiero hacer con mi vida?, pero si creemos realmente que es Jesús quien nos mira con bondad y con verdad, debemos de cambiar la pregunta: ¿Señor, qué quieres de mi? ¿Cómo vivir entregado sin buscarme a mí mismo? Ante esta pregunta hay muchas respuestas posibles, no solo una. Pero para vivir en verdad, e intentando no caer en el egoísmo, esta pregunta debemos hacérnosla. 

Para mi la mejor respuesta es descubrir que soy precioso a los ojos de Dios en el encuentro con él; y reconocer que Dios me ha regalado mucho en el encuentro con otros, también en los momentos de dificultad. Esta es la mejor reacción ante la tentación de mirar hacia atrás: mi trabajo, mis amigos, mi familia, mi novia. Ante esto solo tengo una respuesta, tratar de confiar más en él, confiar en la fuerza que da no solo buscar, sino también abandonarse en sus manos. «Yo estaré allí ante ti, en el Horeb, en el lugar del encuentro». 

Hoy el lugar del encuentro personal con Dios, la montaña, el pozo de Sicar… son todas aquellas situaciones en las que la vida nos toca, en las que Dios nos interroga y en las que el corazón se conmueve. En cada encuentro, también en la familia, tenemos la oportunidad de vivir en entrega a los demás. Al final, la mujer samaritana, se olvida de su cántaro y de su agua; para ir al encuentro de otros, como apóstol. Quiere ser testigo de ese amor que la ha hecho una mujer nueva, portadora del agua viva. Que nosotros no dejemos de responder a la pregunta ¿Señor que quieres de mi? Para que también podamos acoger y entregar esa agua viva, amor del Padre que siempre camina a nuestro lado.

José Ramón Palencia Cabrerizo, cmf



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