jueves, 23 de marzo de 2017

Un salto al vacío: del Círculo Polar Ártico al fuego misionero, Denís Malov cmf

Con este testimonio, cerramos estos cinco días en los que hemos disfrutado de los retazos de evangelio que cada hermano lleva en su corazón. Esperamos que hayan sido una luz para ti, un interrogante o un apoyo... hoy, para concluir, la hermosa vocación de nuestro hermano Denís Malov, cmf, originario de Rusia, donde los claretianos estamos en el Círculo Polar Ártico... ¡apasionante lugar!



Hace pocos días he tenido la gran dicha de poder hablar, en el contexto de la Eucaristía, sobre mi propia vocación, contemplándola (¡cuánto descubro cada vez que lo hago!) desde el Evangelio del día. Respondiendo a la invitación de los hermanos y en cumplimiento de 1Cor 4, 9, comparto aquí lo que había preparado para aquél encuentro, resumido y abreviado.
I
…cuando todavía estábamos sin fuerzas, Cristo murió por los impíos.
Epístola a los Romanos, 5, 6. 

La omnipotencia y la gratuidad de Dios se muestra allí donde nadie la aguarda, como en el encuentro entre Jesús el peregrino, sobrellevando el cansancio y la soledad, el hambre, la sed y el calor de mediodía, y aquella mujer frágil, cuyo trabajo, empero, es duro, con tantos amores rotos detrás y sin ilusión para el futuro, el encuentro que nadie esperaba y del que nadie esperaba nada; un judío y una samaritana; el amor que pierde la vida y la vida que pierde el amor. Él no la espera; ella no lo busca. ¿Qué podría surgir de aquél encuentro?

¡Y qué parecido es aquél a otro encuentro, en la nevada tierra polar de Múrmansk, descristianizada, desevangelizada, pero querida por Dios, entre un joven chaval como otro cualquiera y un misionero argentino en un país extranjero, desviviéndose por construir una iglesia local! Un joven ingenuo que no sabía qué buscara ni qué fuera a hallar; y un pastor que sobre sus hombros llevaba su rebaño. Tal es el escenario donde, a pesar de nuestras flaquezas o, quizás, gracias a ellas, la diestra de Dios obró.

II
«…¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen.»
«…Golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo.»
Éxodo, 17, 4.6.

Con dolor y desencanto bombardea la mujer a Cristo con esta multitud de preguntas a fin de banalizarlo, a fin de comprobar una vez más, con amargada irrisión, que la ilusión, la esperanza, el confiado enamoramiento no son posibles en este mundo. ¡Y con qué mansa paciencia Jesús le responde, con cuánta ternura la mira, con cuánta suavidad traza el camino hacia el corazón de la samaritana para hablarle de tú a tú, para llamarla, enamorarla, transformarla! En un diálogo de amor Jesús despoja ante ella su Corazón y ella queda ante él despojada de la pretendida gravedad de sus cuestionamientos, estupefacta y admirada.

¡Y cuántas veces yo, sin querer oír la llamada, huía del tema, desviándome por las preguntas incorrectas! ¡Cuántas veces me paraba en mis dudas infantiles en lugar de pedir al Señor el agua de la fe y aceptar este dulce destino que se ha hecho para mí una fuente inexhaurible de alegría, el único gozo! Igual que el corazón de aquella mujer, se iba transfigurando el mío, gota por gota, iba comprendiendo quién era Aquél que me estaba hablando. Recuerdo que fueron unos ejercicios espirituales en San Petersburgo cuando lo comprendí. Leí en aquel momento lo de San Pablo: “ya no vivo yo sino es Cristo quien vive en mí”, y al comprenderlo, sentí una enorme felicidad dentro de mí, me sentí… plenificado. De vuelta a mi ciudad no se me iba la sonrisa de la cara, y me temo imaginar, qué pudiese pensar sobre mí la gente, tal vez, que me faltaba un tornillo…

III
Entrad, adoremos, postrémonos, ¡de rodillas ante el Señor que nos ha hecho!
Salmo 95, 6.

Y fue cuando llegó para mí el momento de dejar el cántaro, dejar toda la vida anterior, la familia, los amigos, los estudios, para que mi vida fuera Cristo y sólo Él. Echando la mirada atrás, casi no me puedo creer que me atreví a esta aventura, este salto en el vacío. Hoy en día tal vez no lo hiciera. Pero en aquel momento estaba enamorado, y poco me importaba todo, ¡sólo seguirlo, oírlo a Él, mirarlo! Vine, y fue cuando comenzó el camino de verdad, el camino duro, el camino de abnegación y de transformación en Cristo entregado, este Cristo que sufre con los que sufren, que llora con los que lloran. Este Cristo es el que está conmigo en esta andadura, como están conmigo tantísimas personas que me acompañan, que me alientan y me regalan su oración.

Hay un momento en este recorrido que es como muy particular, porque ilumina todos los demás: es el momento de mi Primera Profesión del año pasado. En medio de Cuaresma, acompañado de la lectura de la Trasfiguración, me consagré y me hice Hijo del Inmaculado Corazón de María. Tiemblo todavía al hablar de lo que pasó allí, pues es un destino tan grande, tan sublime que me desborda, me sobrepasa, no soy capaz de agarrarlo y comprenderlo; pero aquello que soy es lo que me lleva, lo que escribe mi historia. Es mi vida, la vida que ya no me pertenece.
***
Hemos llegado al final, el final que no es sino un comienzo. Pensaba que mi vida iba a echar luz sobre el Evangelio, y ahora descubro que es el Evangelio el que ilumina mi vida. Al concluir, quiero pedir sólo uno, mi querido lector, mi hermano, con quien ahora comparto tanto: no te canses, mi amigo, de pedir por las vocaciones, este sublime regalo de Dios para todos; porque mientras en el mundo haya enamorados de la pequeñez de Cristo, mientras haya quienes vean a Dios en un cansado al lado del pozo, el mundo tendrá esperanza. Y si pudiera ser yo una ligera alusión a esta esperanza, a esta presencia, mi sueño llegaría a cumplirse. Gracias por tu atención, querido hermano. ¡Que el Espíritu de Dios repose sobre ti!

Denís Malov, cmf



miércoles, 22 de marzo de 2017

Dejarse encontrar por Dios, en la montaña y en lo cotidiano: José Ramón, cmf

Seguimos con los ecos del pasado día del Seminario. En vez de en nuestra Iglesia de Colmenar Viejo, uno de nuestros estudiantes compartió parte de lo que es en la Iglesia de los Misioneros Claretianos de Segovia. Se llama José Ramón (más conocido como Josua...) y quiere compartir contigo cómo resuena en él y en su historia vocacional las lecturas del domingo pasado... ¡Esperamos que te guste! 


A veces decimos «me muero de sed», pero si lo pensamos un momento no es del todo verdad, porque precisamente esta sed, es la que nos avisa, la que nos salva la vida. En la lectura de hoy el agua, la sed de Jesús y la sed de la mujer, es el hilo que nos lleva a un encuentro. 

Jesús toma la iniciativa en este encuentro, lejos de los prejuicios, lejos del culto institucionalizado, lejos del templo; Jesús llama, se hace mendigo del agua de la mujer, acoge su humanidad inquieta, las heridas que ella lleva. Ella es la protagonista, ella es quien recorre el camino de la búsqueda. Es un encuentro que se va haciendo historia de amor, que va pasando de la frialdad inicial al deseo: «dame de esa agua». Siempre al ritmo de la inquietud de la mujer, con la paciencia infinita de Dios. Así es como yo vivo mi historia, como historia de amor en la que Dios ha tenido y tiene infinita paciencia conmigo. En la que ha puesto muchas mediaciones que me han ayudado a discernir y a ser más libre, en concreto claretianos que sin dejar de acompañarme, han sido tremendamente respetuosos con mi historia con Dios. 

Al principio la Samaritana se sentía segura, incluso superior, pues ella tenía el cubo, el pozo, la cuerda... ¡Cuánta riqueza para una mujer sedienta! La mujer era rica, y Jesús era pobre. Solo cabe esperar una obra buena por parte de ella, que le diera de beber al sediento y se marchara aún más rica y orgullosa. ¿De dónde vas a sacar tú el agua si no tienes ni cubo? Pero al mismo tiempo resuena aquello que le dice Jesús... «Si conocieras el don de Dios», es decir, si descubrieras cómo te sueña Dios, si descubrieras dónde habita el amor de Dios en tu vida... Descubrirías el agua viva, el agua que abre el corazón al que tenemos al lado, el agua que nos ayuda a no endurecer el corazón. En mi vida las personas con discapacidad, los jóvenes y mi abuela son las personas en quienes Dios se ha hecho presente, en quienes Dios se ha hecho pobre y en quienes también me ha invitado a poner la confianza en él. En el encuentro con otros y con Jesucristo es donde Dios se hace don. 


«Señor dame de esa agua» dice la Samaritana. Ella está gastada por muchos amores, pero se fía; quizá al principio no sabe muy bien qué pide, pero ve en Jesús a aquel que sondea su corazón como nadie lo hizo jamás. Ella, a pesar de todo, era preciosa a los ojos de Dios. Esta confianza es solo el principio del camino, en medio de ese camino, igual que en medio del desierto, surgen muchas dudas, muchas tensiones. En mi historia vocacional ha habido y hay muchas dudas, tentaciones… A menudo la pregunta que nos hacemos (y que me hago) es: ¿Qué quiero hacer con mi vida?, pero si creemos realmente que es Jesús quien nos mira con bondad y con verdad, debemos de cambiar la pregunta: ¿Señor, qué quieres de mi? ¿Cómo vivir entregado sin buscarme a mí mismo? Ante esta pregunta hay muchas respuestas posibles, no solo una. Pero para vivir en verdad, e intentando no caer en el egoísmo, esta pregunta debemos hacérnosla. 

Para mi la mejor respuesta es descubrir que soy precioso a los ojos de Dios en el encuentro con él; y reconocer que Dios me ha regalado mucho en el encuentro con otros, también en los momentos de dificultad. Esta es la mejor reacción ante la tentación de mirar hacia atrás: mi trabajo, mis amigos, mi familia, mi novia. Ante esto solo tengo una respuesta, tratar de confiar más en él, confiar en la fuerza que da no solo buscar, sino también abandonarse en sus manos. «Yo estaré allí ante ti, en el Horeb, en el lugar del encuentro». 

Hoy el lugar del encuentro personal con Dios, la montaña, el pozo de Sicar… son todas aquellas situaciones en las que la vida nos toca, en las que Dios nos interroga y en las que el corazón se conmueve. En cada encuentro, también en la familia, tenemos la oportunidad de vivir en entrega a los demás. Al final, la mujer samaritana, se olvida de su cántaro y de su agua; para ir al encuentro de otros, como apóstol. Quiere ser testigo de ese amor que la ha hecho una mujer nueva, portadora del agua viva. Que nosotros no dejemos de responder a la pregunta ¿Señor que quieres de mi? Para que también podamos acoger y entregar esa agua viva, amor del Padre que siempre camina a nuestro lado.

José Ramón Palencia Cabrerizo, cmf



martes, 21 de marzo de 2017

'Servir al Señor con alegría' en Camerún, en España o en Francia... Romualdo, cmf

En el contexto de la jornada del seminario diocesano el pasado 19 de marzo, en nuestra iglesia de Colmenar Viejo, Iglesia del Corazón de María, algunos seminaristas animaron las eucaristías con su testimonio vocacional. Hoy queremos compartir con vosotros la experiencia de Romualdo Wambo… ¿por qué un joven camerunés deja todo sin mirar atrás y se inserta en la realidad francesa? Él mismo te lo cuenta… ¡esperemos que te guste! 


“Servid al Señor con alegría”

Me llamo Romualdo de la Misericordia Divina, vengo de Camerún y soy misionario claretiano de la delegación de Francia. Nací en una familia cristiana y en un pueblo muy religioso que se llama Nkongsamba. Los sacerdotes del pueblo y mi familia me fueron llevando progresivamente a vivir una vida de mayor intimidad con Jesús. Y acaso, como cristiano, sentí como si no fue suficiente hacerme su hijo en el Bautismo. En el momento que la Santísima Trinidad hizo su morada en mí, el Espíritu Santo que es “agua viva” imprimió en mi alma un sello indeleble. Y creo que nadie me lo puede borrar o quitar. El toque de gracia lo recibí en unos ejercicios espirituales que nos dio un sacerdote jesuita a los jóvenes de la parroquia. Al explicarnos la importancia de la Palabra de Dios en nuestra vida, descubrí que el Señor me llamaba a ser servidor de su Palabra. Desde entonces, quise ser todo de Él. Entré en el seminario e hice mis votos temporales; y con la voluntad de Dios haré mis votos perpetuos en el próximo mes de abril. Como misionero claretiano, he sido enviado a anunciar la vida a fin de que todos los hombres se salven por la fe en Cristo. También, para que todos los que reconocen a Cristo como Hijo enviado por el Padre para salvarnos reciben con abundancia y para siempre el “agua viva” que Él promete, como a la mujer Samaritana en el Evangelio. 

En cuanto bautizado como cada uno de vosotros, soy un hijo adoptivo de Dios con el derecho de llamarlo Padre; y como consagrado, su Amor me eleva más cerca de Su corazón. Soy un embajador de Dios en el mundo; un profeta que anuncia la Buena Nueva al estilo de nuestro fundador San Antonio María Claret. El Espíritu ha venido hasta mí de manera especial, con diversos dones y gracias que me posibilitan para conformarme con Jesús. Este mismo Espíritu me ha sido dado para que, igual que Jesús, vaya y anuncie la Buena Nueva de Su Amor y a través de ese amor cambiar el mundo. He sido llamado por Dios para dos cosas, la primera de ellas es a ser santo y la segunda asistir a mi prójimo en su búsqueda de su santidad. Si yo fallo en esto, todo lo demás se pierde. 

Ahora llevo más de 7 años de vida religiosa, y desde mi vocación misionera, cada día amo más a este mundo tan necesitado de Dios y de su Agua viva; y desde aquí animo a que otros a que tomen la antorcha de su vida sin miedo a abrasarse en el fuego del Espíritu.

Romualdo Wambo, cmf

lunes, 20 de marzo de 2017

Fe, invitación y respuesta: de Corea del Sur al mundo. Rafael Lee, cmf

En el contexto de la jornada del seminario diocesano el pasado 19 de marzo, en nuestra iglesia de Colmenar Viejo, Iglesia del Corazón de María, algunos seminaristas animaron las eucaristías con su testimonio vocacional. Hoy queremos compartir con vosotros la experiencia de Rafael Lee... ¡nos regala tres palabras para nuestra vida vocacional! Esperemos que te guste...


Buenos días a todos. Me llamo Rafael, soy de Corea del sur. Reflexionando sobre la trayectoria de mi vocación, me gustaría decir tres palabras.

La primera palabra es fe. La base de mi fe fue formada por mi madre. Yo nací en 1980, en Seúl. Toda mi familia es católica. Cuando tenía 2 años, me bauticé y naturalmente iba a la iglesia con mi familia todos los domingos. Me sentía en el ambiente católico muy cómodo. Todavía me acuerdo muy bien cuando regresaba a casa del colegio. Siempre, mi madre ponía en la radio canciones católicas para que resonara en toda la casa. A mí me encantaba. Cuando tenía 11 años, mi padre murió de cáncer y, desde entonces, mi madre tenía que criar dos hijos. Es cierto que fue un tiempo duro para nosotros, especialmente para mi madre. Pero ella lo superó con la fe firme en Dios, sin perder el cariño por nosotros. Sobre todo, ella siempre confió en mí y en mi hermano, respetando mis decisiones. Siempre. En aquel tiempo, cuando tenía dieciséis años, pensaba que era un hombre maduro. Ahora sé bien que nunca fui una persona madura a esa edad, y por eso cometí muchas faltas. Sin embargo, ella me respetó mi plan y mi pensamiento y esperaba hasta que pudiera darme cuenta de mis fallos. Mi madre tenía una fe firme en que Dios me conduciría haciael camino correcto. Con esa fe,ella pudo confiar en mí y gracias al buen ejemplo de su fe, yo también pude tener fe en Dios. Supe que Él nunca me abandonaría y me guiaría a buen camino. 

La segunda palabra es invitación. Dios se acerca a nosotros, nos llama e invita primero. Él aprovecha muchos medios, especialmente a través de la gente nos invita a caminar con Él e ilumina nuestra vocación. Después de la primera comunión, empecé a ser monaguillo. En este tiempo, había un párroco muy joven. Él me intentaba convencerque entrase al seminario diocesano. Este cura me trataba muy bien y me invitaba a comer de vez en cuando. Aunque me llevaba muy bien con él y me sentía muy agradecido con su amistad, no fui al seminario diocesano. Al final, resultó que sus intentos para convencerme fracasaron. Sin embargo, él no dejó su cariño hacia mí. De hecho, eso se parece mucho a la actitud de Dios. Diosnos llama e invita primero, y aunque nosotros no contestemos a esa invitación, Él no deja su amor por nosotros. Es un amor incondicional. Dios siempre esperanuestra respuesta sin forzarnos. Después de mucho tiempo, por fin yo decidí entrar al seminario. Pero no fue al diocesano, sino al claretiano. En Corea, cuando entramos en alguna congregación o seminario, tenemos que presentar una carta de recomendación de algún cura. Yo le pedí a este cura para que escribiera la recomendación sobre mí. Él me preguntó: “¿Tú no quieres entrar al seminario diocesano? Como el obispo diocesano y yo somos muy amigos, puedo hablarle de ti muy bien. ¿Qué te parece?” Yo le respondí: “No”. Él me escribió la recomendación y ahora nosotros seguimos el camino para imitar a Jesucristo juntos, pero de diferentes modos. El año pasado este cura vino aquí, a Colmenar Viejo, para verme por dos días y agradeciendo la hospitalidad de esta comunidad, me dijo: “tu congregación está muy bien.”

La tercera palabra es respuesta. Sin respuesta, ningún encuentro ocurre. El encuentro con Jesucristo es igual. En mi caso, después de acabar el colegio hasta que ingresé enla congregación tardé casi 10 años. Creo que yo tenía la invitación de Dios conmigo. Pero, en ese momento no quería aceptar esa invitación. Pensaba que esa invitación pudiera limitar mi libertad. A mí me importaba la libertad. Ya no era un chaval. Quisiera ser una persona independiente, es decir, independiente de mi familia y de Dios, disfrutando toda mi libertad. A mis veinte años, yo procuraba a hacer todo lo que deseaba. Estudiaba en la universidad, trabajaba en el campo de obra social, enseñaba coreano en otro país, tuve algunas novias y viajaba donde quería. Yo hice lo que quería y nadie me impedía nada. Desde luego, aprendí mucho desde mis experiencias y estaba contento por algún tiempo. Pero también me sentía vacío bastante a menudo (como la samaritana). La alegría de la satisfacción de mis deseos humanos no duró tanto tiempo. Yo soñaba la libertad total y entera, pero antes bien, cada vez más, me fui enterando de que la libertad humana era un límite y esefímera. Por fin, empecé a convertir mi mirada hacia Dios. Poco a poco, me di cuenta de que solo Dios, que «no se muda» y nos da «el agua viva que salta a la vida eterna», podía darme la libertad y alegría auténticas. Y también pensé que su Amor no limita mi libertad sino la respeta y enriquece transcendiendo las cosas del mundo que tienen término. Así cuando tenía 29 años, decidí a ingresar en la congregación claretiana. 

Responder a la invitación no es el final del encuentro con Dios, sino es el inicio del encuentro. Aun sabiendo que todos los encuentros también tienen dificultades que tenemos que afrontar. Sin embargo, es cierto que Dios no nos abandonará y nos dará lo que más necesitamos. Nosotros, seminaristas, respondiendo a la llamada de Dios, seguimos el camino para configurarnos con Jesucristo y proclamar la Buena Noticia a través de la palabra y la presencia. Os pido que recéis por nosotros.

Y, vosotros también, con la fe firme en Dios, caminad en vuestras vocaciones. La invitación de Dios no sólo es para seminaristas, sino también para todo el mundo. Todos nosotros ya tenemos la invitación de Dios. No dejéis esa invitación. Responded a la llamada de Dios y seguid vuestra vocación propia, la de cada uno, sin miedo, en el gran Amor de Dios. Nosotros también rezaremos por vosotros.

Gracias. 

Rafael Lee Seungbok, cmf


domingo, 19 de marzo de 2017

En brocales cotidianos... para que Él nos quieran como nos gusta



   
   Hace unas semanas me comentaba una joven de nuestros grupos juveniles que le gustaba mucho una canción. Se llama 'Tú si sabes quererme', de Natalia Lafourcade. Me lo decía con cierta emoción, esa que nos da aquello que encaja con lo que sentimos. Al poco tiempo, busqué dicha canción. Mi sorpresa fue que, al ir saboreando la letra y disfrutando con la música, vino a mi mente el encuentro de la samaritana con Jesús.
   Un servidor, que ha querido centrarse en eso de que Dios nos elabore por dentro, descubrió en una canción aparentemente normal toda una declaración de intenciones y de deseos que todos llevamos pegados a la piel. Porque, al final, ¿quién no quiere zambullirse en la experiencia del saber querido, querido de verdad? ¿Y quién, además, espera que no le dejen? Lo complicado, a mi modo de ver, es mantenerse valiente en corresponder al amor que se recibe gratuitamente. Todos somos un poco 'samaritana': inconformistas, cambiantes, titubeantes, pero anhelantes de algo más. Y todos, aunque suene pretencioso, buscamos a Aquel que nos diga que nos ofrece un agua viva, que brote de nuestro centro, que salte a la vida eterna.
  Pues ahí nos seguimos viendo en el brocal del pozo con la samaritana y Jesús. Ahí, con nuestros cansancios y con nuestros deseos. Ahí, esperando ese espacio de libertad y confianza donde nos quieran como nos gusta, como necesitamos y esperamos... siendo valientes en corresponderle.



sábado, 18 de marzo de 2017

Ser don de Dios para el otro en India o en España: Rayappa, cmf

   En nuestra comunidad, de vez en cuando, alguno de nuestros hermanos viaja a alguna parroquia claretiana para compartir su experiencia misionera. Este fin de semana, Rayappa Nathaniel ha viajado a Oviedo para disfrutar y celebrar la fe en la Parroquia del Corazón de María. Desde allí, nos envía su testimonio para compartirlo contigo... ¿no es una buena ocasión en este Día del Seminario para conocer otras historias y realidades? ¡Esperamos que lo disfrutes!
 

Quiero compartir con vosotros mi experiencia de fe y la misión de la India. Procedo de la India, de una cultura de mucha diversidad de idiomas, tribus y religiones, conocida por su grande y profunda espiritualidad: hinduismo y budismo, Yoga o vida holística. También por las figuras tan grandes como la de Gandhi o Teresa de Calcuta, con todo su servicio, y muchas más. Entre tanta diversidad, los cristianos vivimos nuestra fe con profundidad integrándonos en la propia cultura y dando el testimonio en todo lo que podemos. Por eso es muy positivo que haya cada vez más gente que acoja libremente a Cristo. En este ambiente, no cabe duda de que uno percibe a Cristo como el Manantial, Agua viva y Centro de la vida. Aunque es una fe sencilla de las personas simples, muchas de las cuales no saben nada de la teología, ni de dogmas, ni de doctrinas. Sin embargo, viven su fe de manera muy personal y con mucha radicalidad. Su máxima heredad, la gran riqueza que tienen, es el Único, que es Jesús que sacia con agua viva.

«Dame agua», pide Jesús a la mujer samaritana en el Evangelio de hoy. De muchas maneras Jesús sigue pidiendo agua a cada uno de nosotros en forma de muchas personas, de los más necesitados. Hoy en día hay tantos gritos de pobres, sedientos, hambrientos, carentes del amor, del perdón, de la cercanía, de la ayuda y del acompañamiento. Agradezco a muchas personas de la Iglesia, como los claretianos, que han estado muy atentos al grito de las necesidades de la gente, tanto espirituales como materiales, tanto corporales y como emocionales.

Hablando de nuestra misión como claretianos, somos más de 500 claretianos en distintas partes de la India. Tenemos distintas misiones, como en los colegios para los más pobres que no pueden ofrecer nada a cambio de la enseñanza; o en las parroquias más rurales, asistiendo a las necesidades espirituales; o en los centros de leprosos, ciegos, moribundos, mendigos y cárceles, haciendo presente la compasión y la misericordia de Jesús.

Asistimos a la gente más necesitada, sobre todo la familia que es algo muy central de la evangelización, donde la fe es vivida de una manera muy activa, personal y arraigada en los consejos evangélicos. Creemos en esta misión y ponemos tanto acento en ella, porque es la primera escuela donde nace todo, donde uno aprende mejor, vivida y practicada más que enseñada. Probablemente, la familia es el don más hermoso creado por Dios. El Señor nos ha dado el privilegio de poder crear nuestra propia familia para poder educar a otros más pequeños en valores y en respeto al prójimo. Dicen que ‘la familia que ora unida, permanece unida’. Hay familias que conozco que no comienzan ni terminan el día sin la oración, sin ofrecerse a sí mismos a Dios. De hecho, siento profundamente que mi vida vocacional, mi deseo de seguir a Jesús, nació en mi propia familia. He vivido los mejores momentos de mi fe en el ambiente familiar.

Hace muy poco los claretianos de la India fundamos un hogar para los enfermos mentales, donde se acoge a la gente que vive en la calle, sin hogar, afectada por alguna enfermedad mental o un trastorno psicológico, rechazada por sus familiares o, sin que seamos drásticos, a las personas que se han perdido al salir de casa. La misión de este hogar es el de rescate, recuperación, rehabilitación y reunificación con su familia. Hay unos 58 millones de indios que sufren algún tipo de enfermedad mental. Solo hay un psiquiatra para cada 4000 personas. La presencia y el servicio de los claretianos es muy valorada porque en este servicio de pequeños detalles se encuentra el rostro de Dios, compasivo, misericordioso, un Dios de la vida, que sale primero al encuentro, sale en busca de cada uno. Esta gente no hace cosas extraordinarias, sino que sencillamente se compromete en el encuentro con el Dios de la vida.

A veces, para mí, lo más llamativo y lo que más me preocupa es que hoy en día aquella gente no cree en Dios, lo rechaza y queda lejos de la Iglesia, no es la gente que sufre muchas dificultades o enfermedades, o carecen de cosas básicas, sino aquella que lo tiene relativamente todo: los medios vitales básicos, posibilidades y oportunidades. Pero quedan solo en la superficie, no piensan ir más allá de lo propio, ni asumen las cosas en su totalidad. Y lo que más me sorprende es que a esa gente todo esto le parece algo normal, sin nada por lo que estar preocupado. Muchas personas están abandonando a Dios antes de haberlo conocido. Si conocieran la experiencia de Dios que Jesús contagia, lo buscarían. Creo que la experiencia primera y más importante es encontrarnos a gusto con Dios porque lo percibimos cada momento como una «presencia sanadora, salvadora, agua viva que sacie la sed». Cuando una persona sabe lo que es vivir a gusto con Dios, porque, a pesar de nuestra mediocridad, nuestros errores y egoísmos, él nos acoge tal como somos. Y esto nos impulsa a enfrentarnos a la vida con paz. Así es como difícilmente abandonará la fe.

Jesús nos ha dado el agua viva. Él dice nuestro nombre personalmente. Si yo escucho, él no se calla. Si yo me abro, él no se cierra. Si yo confío, él me acoge. Si yo me entrego, él me sostiene. Si yo me hundo, él me levanta. Amén.

miércoles, 1 de marzo de 2017

Cuaresma: 'elaborarnos' por dentro...

La vida nos sorprende en muchas ocasiones. No siempre tenemos respuestas para todo. No siempre podemos improvisar. Y, como en todo lo importante, se necesita de un tiempo intenso que nos ayude a vivir con mayor hondura el presente. Algo así debió ocurrirle a Jesús en su tiempo de Nazaret. Y algo así tuvieron que ser sus años de ministerio. Su pasión no pudo ser improvisada. Su respuesta tan libre como obediente hasta la muerte no pudo ser consecuencia del azar. Su amor hasta el extremo hubo de ser fruto de muchos tiempos de silencio y renuncia, de oración y acostumbramiento a Dios...
Y algo así puede ser para nosotros esta cuaresma que hoy empezamos: una oportunidad nueva para 'elaborarnos' con intensidad antes los tiempos densos que nos vengan. Un camino de escucha atenta, de compromiso solidario, de ascesis fecunda. Un camino que nos acerque más al corazón de Jesucristo, con quien recorremos nuestra vida como quien camina hacia el Gólgota. Un camino que no se hace solos: con Cristo y en Él, con la comunidad y con los últimos. Porque si nada importante se improvisa, nada importante se lleva a cabo en soledad.
Comencemos este miércoles de cuaresma con la mayor intensidad posible. Y lo hacemos con las palabras del Papa Francisco: «en este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado a volver a Dios 'de todo corazón' (Jl 2,12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor.»