Hoy los claretianos recordamos al P. Martín Alsina Sevarroja. Superior general de nuestra congregación a comienzos del siglo XX, la impulsó y animó durante casi dieciséis años. Fue un infatigable visitador de sus hermanos, al estilo de los apóstoles, que se sostenían unos a otros en la tarea misionera.
De entre todos sus escritos, algunos siguen siendo especialmente acertados para nosotros, que tratamos de vivir día a día como auténticos misioneros. Y creemos que pueden servir también a aquellos que intentéis vivir a fondo vuestra fe:
«El misionero, para ser de provecho para sí y para los que vivan con él y para aquellos a quienes sea enviado a ejercer los sagrados ministerios, debe ser de carácter generoso, afable, sufrido, sincero, reflexivo, formal, bondadoso, constante, ecuánime, compasivo, indulgente, social... El estar en posesión de un tal carácter es para el misionero poseer el mayor tesoro, es poseer la verdadera libertad moral, es conseguir la mayor independencia racional, es la más firme paz espiritual, es la mayor perfección de la personalidad del misionero, es ser apto para hacerse todo para todos, a fin de ganar a todo el mundo para Jesucristo, conforme se hacía el Apóstol».
Los estudiantes claretianos de Colmenar Viejo queremos mirarnos hoy en el espejo que propone el P. Martín Alsina: hoy también necesitamos dar lo que tenemos en el día a día sin quejas egoístas, aceptar con buen carácter los contratiempos, no caminar a tontas y a locas, crecer en la perseverancia (¡que tanto nos cuesta!) y, especialmente, tratar de ser cada vez más misericordiosos con todos los hombres, los de cerca y los de lejos. En una palabra, ir avanzando, con la ayuda del Espíritu, en el camino del Amor... Sabiendo que la meta no es ser perfectos, sino aprender a amar: y amar, aunque nos cueste aceptarlo, no siempre es acertar...
Y en todo, con el ejemplo de María: la mujer que mejor entendió qué estaba en juego en el seguimiento de Jesús:
«Y bien hará el Misionero que tome a María, nuestra dulce Madre, como base y ejemplar de su formación espiritual, para con más suavidad y eficacia copiar en sí la imagen de Jesús y vivir la vida misma de Jesús, hasta poder decir como el Apóstol: Vivo, ya no yo, sino Cristo vive en mí».
"Poseer el mayor tesoro..."
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