sábado, 19 de marzo de 2011

Segundo domingo de Cuaresma


     Hay que cambiar la mirada. Cada vez lo veo con mayor claridad. Porque con la mirada simplemente humana somos demasiado torpes. Cuando escucho a Pedro mientras camina con Jesús y éste le anuncia que tiene que sufrir y morir, parece que me estoy escuchando a mí mismo en tantas ocasiones: ¡No, Señor, no te ocurrirá a ti eso! No tenemos por qué pasar por esta dificultad, hay que evitar el dolor a toda costa... Cuando le escucho en el monte Tabor, cegado por la luz que irradia Jesús, parece que me estoy oyendo a mí mismo en tantos momentos: Señor, ¡qué bien se está aquí, hagamos tres tiendas. Quedémonos un rato más disfrutando. Que no se acabe lo bueno. Lo importante es ser feliz... Porque todo lo medimos según nos parece, sin trascenderlo: hay cosas buenas y cosas malas, alegría y dolor, cosas que se pierden y cosas que se ganan, momentos de brillo y momentos de sombra... ¿Y si no todo fuera tan simple como nosotros lo vemos...?

     Jesús nos da -a Pedro, a ti, a mí, a todos- una luz y una escalera. La luz es su rostro mismo: su mirada confiada, su sonrisa perenne. Sencillamente, nos ofrece "estar con Él". Entrar en la espesura de lo que somos, porque su luz ya nos está iluminando. El monte Tabor está cerca y dentro de nosotros: subir a ese monte de vez en cuando y descansar vuelve la vida luminosa, la transfigura. Desde él, se desbaratan las antiguas perspectivas, nos hacemos conscientes de la grandeza que supone ser hijos amados de Dios, como el mismo Jesús. Y el mundo se vuelve una gran ventana abierta de par en par... La escalera es una petición. La de que hagamos el esfuerzo continuo de confiar en que el monte Tabor y el monte Calvario no son cosas tan distintas. La de subir y bajar, saltar, tropezar, sudar, caernos... Hasta comprender que no tiene sentido ver los acontecimientos como "buenos" y "malos". Que Dios es el mismo en la Cruz y en la Luz. Que hay una escalera entre el cielo y la tierra, entre nuestra mirada y la del Padre, y hay que transitarla mucho para aprender a contemplarlo todo con Sus ojos, para empezar a vivir el dolor y la alegría como una misma gracia que nos viene de sus manos.
     
     Esta es la paradójica propuesta del Cristo que camina hacia la Pascua: una luz y una escalera. Y mucha fe para ir dejando que todo se nos muestre como es para el Padre: como entramado de Amor, como puerta de Esperanza, como posibilidad de Vida, y Vida en abundancia...

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