miércoles, 30 de marzo de 2011

Una mirada hacia el cielo

     Desde este blog, los estudiantes claretianos de Colmenar queremos compartir con quienes os asomáis a nuestra casa nuestras pequeñas historias de fe y vocación. En ellas, como en las de cada hombre, siempre hay nombres y rostros singulares, personas que se han convertido en palabras de Dios para cada uno de nosotros. De entre estos nombres, algunos son claretianos que están entregando su vida a Dios y a sus hermanos. Queremos recordarles especialmente a ellos y dar gracias por la huella que han dejado en nuestro camino con su generosidad, su hondura de vida y su pasión misionera. Aquí va el primero...


P. Eduardo Monge, cmf
     Hace ya siete años. 2004. Fue mi año de Noviciado. Es un pasado que sigo llevando muy presente en mi seno vocacional. En él aprendí a descubrir el tesoro escondido en el campo de la vida religiosa. El padre Eduardo Monge, cmf fue mi maestro de novicios. Ha sido una de las personas que más me ha ayudado a echar raíces en mi recorrido vocacional. Su testimonio y su vida entera son pistas que me orientan y me infunden muchas ganas de recorrer este Camino. Él me enseñó cómo orar con el corazón, cómo trabajar, cómo acercarme a la gente sencilla (la gente del pueblo le llamaba Ama lekot - el buen padre); en una palabra, cómo convertirme en un místico en la acción. Y sobre todo me transmitió el espíritu que hace falta para buscar siempre la santidad y la gloria de Dios.
     Recuerdo que en el patio de nuestro Noviciado había un esbelto pino. El P. Edu en muchas ocasiones nos decía: los novicios deberíais aprender de este pino, que cada día crece rectamente hacia el cielo. Esta frase que llevo en el corazón me hace recordar siempre que debo crecer cada día con la mirada lanzada hacia el cielo. Todavía hoy ésta y otras experiencias que viví con él continuan ilusionándome para seguir adelante, viviendo fiel y felizmente mi vocación como un joven misionero claretiano.

Yohanes Darisalib Jeramu, cmf

Capilla del Noviciado claretiano en Benlutu (Timor - Indonesia)
 

domingo, 27 de marzo de 2011

Tercer domingo de Cuaresma

    
     Algunos textos de la Biblia nos llenan de inmediato el corazón de palabras; otros, nos lo vacían por completo de ellas. Y hay algunos que ni nos quitan ni nos ponen, sólo nos dejan de rodillas y en silencio. Así ocurre con este Jesús personal y trascendente, directo y delicado, terreno y espiritual esperándonos al borde de un pozo cualquiera en Sicar. ¿Qué decir ante un hombre que decide sentarse en los bordes de nuestras cotidianeidades, en los pozos que frecuentamos en el trajín diario tan intrascendente? ¿Cómo hablar ante un hombre que tiene una fuente en su seno y, sin embargo, se arriesga a sentarse en los bordes de tantos pozos  inciertos a los que recurrimos sin descanso, equivocadamente, para saciar nuestra sed? ¿Qué responder ante un hombre sin temores que se sienta en la frontera de nuestras enemistades y nuestras quejas para hacer de ellas el lugar de una cita íntima de Amor con el Dios vivo? Jesús, el hombre sentado al borde del pozo de todo lo vano y lo trivial de nuestro día a día para decirnos que, aunque nadie parezca esperar nada de nosotros, él acepta el agua -pobre agua- que está a nuestro alcance. Y la desea...


     Benditos bordes. Bendita paciencia. Bendito derroche. Lo banal convertido en trascendencia. Sólo alguien cómo él podía conseguirlo. Hablar con la mujer en su lenguaje, una conversación baladí, casi gris: un poco de agua, tres o cuatro preguntas sin importancia, murmuraciones de pueblos enfrentados... Y no rehuye nada, porque en todo se puede dar un salto: lo anodino es puerta de hondura. Aunque nos resistamos, aunque volvamos continuamente la mirada -tan pragmáticos como somos- del cielo a la tierra: pero si tú no tienes cubo y el pozo es  profundo... Bendita paciencia que todo lo moldea. La puerta termina por abrirse, la mujer deja el pozo de Sicar y busca en el pozo de su corazón, a cuya vera Jesús se encuentra desde el principio. Benditos bordes. Esto es lo único que pide: que le dejemos sentarse en el brocal de este otro pozo. Todo lo demás es don. Desde aquí, Jesús entra en los dolores de esta mujer de puntillas, acoge su necesidad de ser querida, su fracaso en el amor, su su historia, en su sed. Y todo se derrama. Porque no hay medida en el amor de este hombre. Porque la medida del amor es ser sin medida,  como decía aquel sabio sediento. Bendito derroche. Nunca más tendrá sed. Un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna. En espíritu y en verdad. Soy yo, el que hablo contigo. Buscábamos el agua simple de cada día: nos ha crecido una torrentera en las entrañas. Desproporcionado. Desmesurado. Puro Espíritu Santo.
     La mujer vuelve a su vida. Deja el cántaro insignificante con que pretendía abastecerse, porque se ha convertido ella misma en manantial. Y apenas dice nada. No se encierra en su casa, como todos los días: camina suavemente hacia la plaza. Los suyos ven sus ojos. Ella no es la fuente viva, pero todo en ella rebosa, se desborda. Y de este encuentro samaritano, sin más mensaje que el de un rostro de mujer, surgen otros muchos viajes hacia el pozo de Sicar, donde él nos espera...

     Dicen que Catalina de Siena llegó siglos después al pozo de su corazón. Allí había un hombre sentado en el brocal: ella empezó a hablarle de su pan de cada día, pero sus campos ya estaban dorados y escuchó estremecida: Hazte capacidad y yo seré torrente...

sábado, 19 de marzo de 2011

Segundo domingo de Cuaresma


     Hay que cambiar la mirada. Cada vez lo veo con mayor claridad. Porque con la mirada simplemente humana somos demasiado torpes. Cuando escucho a Pedro mientras camina con Jesús y éste le anuncia que tiene que sufrir y morir, parece que me estoy escuchando a mí mismo en tantas ocasiones: ¡No, Señor, no te ocurrirá a ti eso! No tenemos por qué pasar por esta dificultad, hay que evitar el dolor a toda costa... Cuando le escucho en el monte Tabor, cegado por la luz que irradia Jesús, parece que me estoy oyendo a mí mismo en tantos momentos: Señor, ¡qué bien se está aquí, hagamos tres tiendas. Quedémonos un rato más disfrutando. Que no se acabe lo bueno. Lo importante es ser feliz... Porque todo lo medimos según nos parece, sin trascenderlo: hay cosas buenas y cosas malas, alegría y dolor, cosas que se pierden y cosas que se ganan, momentos de brillo y momentos de sombra... ¿Y si no todo fuera tan simple como nosotros lo vemos...?

     Jesús nos da -a Pedro, a ti, a mí, a todos- una luz y una escalera. La luz es su rostro mismo: su mirada confiada, su sonrisa perenne. Sencillamente, nos ofrece "estar con Él". Entrar en la espesura de lo que somos, porque su luz ya nos está iluminando. El monte Tabor está cerca y dentro de nosotros: subir a ese monte de vez en cuando y descansar vuelve la vida luminosa, la transfigura. Desde él, se desbaratan las antiguas perspectivas, nos hacemos conscientes de la grandeza que supone ser hijos amados de Dios, como el mismo Jesús. Y el mundo se vuelve una gran ventana abierta de par en par... La escalera es una petición. La de que hagamos el esfuerzo continuo de confiar en que el monte Tabor y el monte Calvario no son cosas tan distintas. La de subir y bajar, saltar, tropezar, sudar, caernos... Hasta comprender que no tiene sentido ver los acontecimientos como "buenos" y "malos". Que Dios es el mismo en la Cruz y en la Luz. Que hay una escalera entre el cielo y la tierra, entre nuestra mirada y la del Padre, y hay que transitarla mucho para aprender a contemplarlo todo con Sus ojos, para empezar a vivir el dolor y la alegría como una misma gracia que nos viene de sus manos.
     
     Esta es la paradójica propuesta del Cristo que camina hacia la Pascua: una luz y una escalera. Y mucha fe para ir dejando que todo se nos muestre como es para el Padre: como entramado de Amor, como puerta de Esperanza, como posibilidad de Vida, y Vida en abundancia...

No un cura más...



     19 de marzo. Solemnidad de S. José. Día del seminario. Es fiesta en los seminarios diocesanos de toda España y también en nuestra casa. Muchos de nosotros, religiosos jóvenes en formación, tenemos vocación al sacerdocio. Por eso, hoy es un buen día para dar gracias por este don. Y también para recordar que para nosotros ser sacerdote tiene algunas peculiaridades que enriquecen mucho la vivencia vocacional. Porque un claretiano no es un cura más. Siendo sacerdote, sigue viviendo la espiritualidad propia de la vida religiosa y de nuestra Congregación. Siendo sacerdote, en su entrega y su servicio concreto sigue teniendo miras universales, misioneras, sin fronteras. Siendo sacerdote, no olvida que está llamado a vivir la comunión con la Iglesia y la vida compartida en una comunidad particular, como testimonio de fraternidad -tan propio de la vida auténticamente religiosa-. Siendo sacerdote, no abandona la necesidad de hacer de su decir y su obrar una profecía creíble y creativa en medio del mundo en que vive, sin nostalgias ni estancamientos, sin incoherencias ni temores. Siendo sacerdote, cree profundamente que la oración es la mayor fuerza que tenemos los cristianos. Siendo sacerdote, se hace servidor, porque sigue ardiendo en su corazón la llamada primera del Amor, porque no hay nada más grande que ver crecer entre las manos esta pasión por Dios, que es pasión por la humanidad...

    Ojalá todas estas palabras sean pequeñas verdades de nuestra vida cotidiana, mientras vamos creciendo en amor y entrega: bendecidos por Dios, bendición para todos...




Quiero ser pastor
que vele por los suyos;
árbol frondoso
que dé sombra al cansado;
fuente donde
beba el sediento.
Quiero ser canción
que inunde los silencios;
libro que descubra
horizontes remotos;
poema que deshiele
un corazón frío;
papel donde se pueda
escribir una historia.
Quiero ser risa
en los espacios tristes
y semilla que prende
en el terreno yermo.
Ser carta de amor para el solitario
y grito fuerte para el sordo...

Pastor, árbol o fuente,
canción, libro o poema...
Papel, risa, grito, carta, semilla...
Lo que tú quieras, lo que tú pidas,
lo que tú sueñes, Señor...
eso quiero ser.

José Mª Rodríguez Olaizola, sj


PD.: Hoy se ha ordenado sacerdote el claretiano Manuel Ogalla, cmf, en nuestra parroquia de Sevilla. Aprovechamos para felicitarle y deserale una vida como él mismo describe en la tarjeta de invitación a la ordenación: "Una vida sin desperdicio: reservado para estar atento a las voces del mundo porque son la voz de Jesucristo, reservado para gritar la Buena Noticia, reservado para tocar el corazon de cada hombre, reservado para compartir (que ninguno pase necesidad), reservado para vivir de rodillas con los últimos, reservado para ir por todo el mundo dando la vida... Un corazón reservado para lo que Dios quiera". Que así sea, Manuel...

sábado, 12 de marzo de 2011

Primer domingo de Cuaresma


     Jesús acaba de escuchar en su bautismo las palabras más hondas de su vida: Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco. Inmediatamente después, se marcha a la soledad sonora del desierto. Porque las palabras más importantes de nuestra vida merecen un espacio y un tiempo para ser acogidas -con asombro, con gratitud, con alegría- en el corazón de nuestra interioridad.
     De lo alto viene la voz que nos dice Tú eres mi amado. Pero también de arriba nos llueven sin cesar apetecibles manzanas: su aspecto es casi irresistible, su sabor nos deja insatisfechos. Tú y yo sabemos cuáles son las manzanas que nos tientan. Y quizá sintamos que en la vida diaria nos abruman.

    
     Necesitamos lucidez, serenidad, honestidad: aprender a reconocer con qué manzanas estamos engañando tanto hambre como tenemos, atrevernos a saborear en lo más íntimo lo único que de verdad nos sacia. Y orientar desde ello nuestras aspiraciones, nuestras relaciones, nuestra vida. Necesitamos llenarnos de desierto para sentir el sol del Amor de Dios, que tantos manzanos nos ocultan...
     Quizá, como Jesús, sintamos hambre. Quizá, en soledad, las manzanas se nos antojen aún más sabrosas. Pero sólo en la anchura del desierto -siempre  abierto al cielo que vela por nosotros- descubrimos que Alguien nos tiende una mano llena de Pan y nos muestra otros rostros para quienes hay que empezar a preparar la Mesa... 

miércoles, 9 de marzo de 2011

tus manos en Cuaresma...

vivir para siempre

Persigue tus sueños.Cada minuto cuenta
     Sí... Un año más, ha comenzado la Cuaresma. Esta tarde, en nuestra iglesia de Colmenar Viejo, los estudiantes claretianos hemos recibido la ceniza como pistoletazo de salida de este camino hermoso (¡quién dijo que la Cuaresma es triste!) hacia las profundidades del Amor, del Dolor, de la Vida.  Allí donde te encuentres también tienes la oportunidad de recomenzar el camino para vivir más acompasado con el ritmo de Dios, para aprender a "vivir para siempre". Precisamente por eso te proponemos empezar esta Cuaresma con una película impactante, llena de posibilidades para cualquier corazón que esté en búsqueda.

     Basada en el libro Esto no es justo, de Shally Nichols, Vivir para siempre cuenta la historia de una enfermedad que terminará en la muerte. El camino de la Cuaresma está todo él orientado a hacernos crisitianos más profundos y más entregados, a dirigirnos a la Cruz, a mirar de frente el dolor y descubrir en él las semillas de la Vida verdadera. También en esta película todo se dirige al sufrimiento, pero para descubrir lo que en él nos permite alzarnos y conquistar la Vida. Fresca, divertida, original, sin sentimentalismos (y ya es difícil, con el tema que trata...), esta peli nos invita a traspasar el dolor (el nuestro, el de cada uno y el de nuestro mundo), a vivir intensamente el presente y a crecer en la esperanza. El proceso en el que se embarcan el protagonista y quienes le rodean tienen mucho que ver con la Cuaresma, con vivir desde lo hondo, con descubrir el sentido de la vida, con seguir a Jesucristo, con contemplar una Cruz preñada de Luz... ¡No te la pierdas!


miércoles, 2 de marzo de 2011

el buen carácter...

     Hoy los claretianos recordamos al P. Martín Alsina Sevarroja. Superior general de nuestra congregación a comienzos del siglo XX, la impulsó y animó durante casi dieciséis años. Fue un infatigable visitador de sus hermanos, al estilo de los apóstoles, que se sostenían unos a otros en la tarea misionera.


     De entre todos sus escritos, algunos siguen siendo especialmente acertados para nosotros, que tratamos de vivir día a día como auténticos misioneros. Y creemos que pueden servir también a aquellos que intentéis vivir a fondo vuestra fe:
     «El misionero, para ser de provecho para sí y para los que vivan con él y para aquellos a quienes sea enviado a ejercer los sagrados ministerios, debe ser de carácter generoso, afable, sufrido, sincero, reflexivo, formal, bondadoso, constante, ecuánime, compasivo, indulgente, social... El estar en posesión de un tal carácter es para el misionero poseer el mayor tesoro, es poseer la verdadera libertad moral, es conseguir la mayor independencia racional, es la más firme paz espiritual, es la mayor perfección de la personalidad del misionero, es ser apto para hacerse todo para todos, a fin de ganar a todo el mundo para Jesucristo, conforme se hacía el Apóstol».

     
     Los estudiantes claretianos de Colmenar Viejo queremos mirarnos hoy en el espejo que propone el P. Martín Alsina: hoy también necesitamos dar lo que tenemos en el día a día sin quejas egoístas, aceptar con buen carácter los contratiempos, no caminar a tontas y a locas, crecer en la perseverancia (¡que tanto nos cuesta!) y, especialmente, tratar de ser cada vez más misericordiosos con todos los hombres, los de cerca y los de lejos. En una palabra, ir avanzando, con la ayuda del Espíritu, en el camino del Amor... Sabiendo que la meta no es ser perfectos, sino aprender a amar: y amar, aunque nos cueste aceptarlo, no siempre es acertar...
     Y en todo, con el ejemplo de María: la mujer que mejor entendió qué estaba en juego en el seguimiento de Jesús:
     «Y bien hará el Misionero que tome a María, nuestra dulce Madre, como base y ejemplar de su formación espiritual, para con más suavidad y eficacia copiar en sí la imagen de Jesús y vivir la vida misma de Jesús, hasta poder decir como el Apóstol: Vivo, ya no yo, sino Cristo vive en mí».