Contemplamos
hoy a María, Corazón de Fragua. Esta advocación es muy propia y muy querida para
los claretianos. Claret contempla el Corazón de María como una fragua ardiente
en la que se forma el cristiano. Siente que ella es la fragua donde forjarse
como hijo de Dios y misionero del Evangelio. A menudo se dirigía a la Virgen
María llamándola “fragua”, singularmente en la oración que solía recitar al
comienzo de las misiones populares: “¡Oh Virgen y Madre de Dios, Madre y
abogada de los pobres e infelices pecadores! Bien sabéis que soy hijo y
ministro vuestro, formado por Vos misma en la fragua de vuestra misericordia y
amor” (Aut 270). En este sentido, la fragua puede entenderse como un camino a
seguir de la mano de la Virgen María, donde ella es para nosotros:
- La Protectora en los peligros que nos acechan y nos impiden tomar una clara decisión por Dios en las diversas encrucijadas de la vida.
- La Madre que en su Corazón refleja y transmite el fuego del amor del Padre y del prójimo.
- Es la Formadora que va forjando con su acción materna la barra de hierro –que cada uno de nosotros somos– hasta adquirir la forma de su Hijo Jesús.
- Y la Directora que envía a sus hijos, como saetas afiladas, a anunciar el Evangelio y construir aquí y este tiempo el Reino de Dios.
Nosotros podemos
poner en práctica a lo largo de nuestra vida este camino de renovación y
configuración. Decisión libre y exigente. Solo el Espíritu Santo y la Virgen
María pueden formar en nosotros a Cristo. No olvides invocarlos cada día. Te
será muy provechoso repetir con frecuencia unas sencillas jaculatorias
inspiradas en las palabras de san Antonio Mª Claret: “Madre, fórmame en la
fragua de tu Corazón”, “Madre, lánzame como saeta afilada”. Y cada vez que
acudas a la Eucaristía recuerda esto mismo que él nos dijo:
“Al
que comulga bien le sucede lo que a la barra de hierro que se mete en la
fragua, donde se convierte en fuego; sí, asimismo queda endiosada el alma que
comulga bien; el fuego al hierro le quita la escoria, la frialdad natural, la
dureza, y le pone tan blando que lo llega a derretir y se amolda al gusto del
artífice. Otro tanto hace el fuego del amor divino en la fragua de la comunión
al alma que comulga bien y con frecuencia: le quita la escoria de las
imperfecciones, la frialdad natural, la dureza de su amor propio, y la pone tan
tierna y blanda, que se amolda completamente a la voluntad de Dios en todo y
por todo, y así dice, como Jesús al eterno Padre: Hágase tu voluntad y no la mía” (EE 131).
Madre de
nuestra comunidad,
Madre del
Corazón en permanente fragua,
déjanos
contemplarte
como la
mujer disponible
con el sí
siempre a punto para Dios,
déjanos
reconocerte
como la
mujer con el paso alerta,
atenta a las
necesidades de los otros,
déjanos
verte así: desinstalada y pobre,
peregrina de
la Palabra,
peregrina
tras el mensaje.
Tú afrontaste
las crisis de tu existencia:
dudas,
separaciones, muertes,
con los ojos
abiertos a los signos de Dios,
esperando
siempre y fiel a tu vocación.
Tú lo
aceptaste todo
y lo diste
todo generosamente,
sin condiciones,
en constante
actitud de servicio al Reino.
Gracias por
tu generosidad y por tus gestos.
Madre del sí
siempre a punto,
Madre del
Corazón en permanente fragua,
enséñanos a
entregarlo todo a Dios y a la
humanidad.
Amén.
[José Manuel Sueiro]
No hay comentarios:
Publicar un comentario