Nuestra vida
de creyentes en el Señor y de testigos del Evangelio se ve con frecuencia
reflejada en esa parábola, enseñada por Jesús a la gente sencilla y de buen
corazón, en la que presenta a un padre con los brazos abiertos ante el retorno
de su hijo.
Humildad,
sinceridad de corazón y transparencia, así como arrepentimiento ante los pasos
mal dados en la vida, se nos presentan como actitudes necesarias en nuestra
vida de fe, sea cual sea nuestro momento, nuestra circunstancia y nuestra etapa
en el camino de la vida.
Dirigiendo
nuestra mirada a María, hoy podemos volver a verla caminando por estos mismos derroteros
en los que nosotros nos hallamos. Sentirla cerca, como caminando junto a
nosotros o esperándonos para llegar hasta ella, ha de alegrar nuestro ánimo,
pero también ha de llevarnos a constatar que necesitamos dejarnos formar por
ella, decidiéndonos a imitar su forma y estilo de vivir confiando en Dios.
En
este nuevo día de la novena a su Inmaculado Corazón, abramos nuestros cinco
sentidos para acoger a María como nuestra guía, como la que forma en nosotros un
corazón de discípulo.
María, eres la docilidad pura:
no sólo cumples la voluntad
divina
sino que te dejas hacer por Él
y formarte por su Palabra:
“¡Que se haga en mí según Tú!”
–es toda tu respuesta a sus
peticiones–.
Sabes que si le dejamos hacer a
Dios
Él sacará de nuestro barro una
obra maestra.
Sabes que no nos es fácil dejarnos
hacer, dejarnos formar.
A veces tenemos cierto miedo a lo
que nos dice en su Palabra:
parece que perderemos prestigio o
eficacia
si tenemos que actuar y vivir según
lo que Él quiere.
Otras veces, tenemos miedo de que
nos pida mucho,
ponemos reparo a que cargue
demasiado su yugo sobre nosotros,
tememos la hora de la poda o la
transformación.
Es falta de fe.
María, formadora de apóstoles y
discípulos del Señor,
tú fuiste la que te fiaste, la
que venciste al miedo,
la que fuiste libre, la que dejaste
hacer a Dios
y la que forjaste tu Corazón en
la fragua de su Amor.
A Ti nos encomendamos como hijos
de tu Corazón,
formadora de vidas apasionas por
el Amor de Dios.
Amén.
[José Manuel Sueiro]
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