En el postrer instante del camino
-los ojos ya dormidos para siempre-,
cuando vengas, Señor,
cuando regreses,
inclinando tu rostro sobre el mío,
nadie sabrá del mar llegando hasta tus ojos,
nadie del corazón estremecido.
Todos se irán,
todo se habrá rendido:
me mirarás despacio,
te quedarás conmigo,
para este seco sol traerás la brisa,
recogerás en ramo
mis noches
y mis días.
Y nadie escuchará tus labios entreabiertos,
tu entraña agradecida
y ese cálido aliento enamorado,
último don
para mi pobre vida:
"¡Aquí mi amigo, Padre,
cómo lo quería...!"
Lee aquí las lecturas del domingo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario