siempre de los encuentros, el amor,
siempre de
los encuentros…
No lo traen los tiempos de bonanza,
ni viene en primavera con
el cierzo,
habita en el estío y el otoño,
no le arrecian los hielos del
invierno.
No conoce de estelas ni de brillos,
no se afana en carreras
imposibles;
no reniega del peso cotidiano,
no se aparta del polvo del camino.
La
soledad no espera su llegada,
mas él no se demora ni se aflige:
viene el amor
como la nave al puerto,
viene el gozo de manos del encuentro.
Y de fiesta lo
acoge quien lo escucha,
quien sabe amar la espera sin desvelos.
Quien llena las
tinajas de buen vino
para invitar al pobre y al perdido.
Quien comparte su
lumbre y su mantel
con el hombre sediento y sin abrigo.
Quien trabaja la tierra
y mira al cielo,
quien teje cada día de altos sueños.
Quien ama de rodillas
como amó
el Cristo derramado en cada encuentro.
Siempre de los encuentros nace
el gozo;
siempre de los encuentros, el amor,
siempre de los encuentros…
Siempre
de nuestro abrazo, la alegría;
siempre de nuestra vida entretejida,
siempre de
estar contigo,
de tu amor,
Señor,
hermano,
amigo…
¡Compañero!
Amén.
De nuestra última excursión comunitaria a la nieve, el lunes pasado. Una alegría seguir compartiendo la fe, la vida y la misión. ¡Gracias, hermanos!
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