Venías hacia él, Señor,
todo hacia el río.
El hombre te anunciaba,
te ansiaba desde antiguo.
A medias sumergido entre las aguas,
a medias enredado en sus caminos,
a medias convertido.
Te vio venir el hombre,
te vio venir el río.
Y pronunció tu nombre con los ojos,
con las manos abiertas,
un suspiro.
Como el amor se dice suspirado
a orillas de los trenes que regresan,
a orillas de las cunas en la noche,
a orillas del abrazo.
Como dice el amado el nombre susurrado
de quien tanto ha esperado,
de quien tanto ha querido.
Hijo.
Cordero.
Amigo.
Tu nombre junto al río.
¿Cómo te llamaré, Señor,
que estás viniendo?
¿Qué nombre en mis alforjas
para darte?
¿De dónde las palabras
por nombrarte,
los gestos y la paz
para esperarte?
¿Cómo elevar mis manos
por hallarte?
¿Hacia dónde mis pies
para seguirte?
¿Cómo diré tu luz
en tantos días
y contaré mis noches
en tus brazos?
¿Cómo te llevaré
por donde habito?
¿Cómo me llevarás
a donde moras?
¿Por dónde el corazón
—tu Corazón—
por dónde el mío?
¿Por quién tanta pasión,
tanto gemido?
¿Podré decir de ti
tu bien,
tu amor,
tu fuego,
tu delirio?
Venías hacia él, Señor,
todo hacia el río.
Hijo.
Cordero.
Amigo.
Tu nombre —amado nombre—
junto al mío.
Amén.
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