domingo, 12 de enero de 2014

¡Si me encontrases!



¡Oh, Señor, Señor, si me encontrases,
si de nuevo bajaras a los ríos,
si cruzases los cielos con tu voz,
la tierra con tus pasos!
¡Si cayeran estrellas sobre mí,
deshecho de ternura el firmamento!
¡Si atravesaras todo, si vinieras,
si me amaras allí donde me muero!
¡Oh, Señor, si abrieses los celajes,
si con tu voz las nubes disipases,
si rasgases el cielo y te agachases!
¡Si el agua de mi arroyo, como entonces,
te viera remansarte aquí en su cauce!

¡Oh, Señor, Señor, si te encontrase,
si hallara cada cual su Juan y su Jordán!
¡Si me ungieras, Señor, si descendieras!
¡Si tuviera a mi vera cada día
el amigo que en Dios me sumergiese!
—¡Oh, Señor, si aquel amigo fueras!—.
¡Si me llevaras, Señor, por tus veredas!
¡Si supiera al albor de la jornada
el don y la misión que a mí me ofreces!
—¡Oh, si Tú, Señor, mi misión fueras!—.


La muerte de las aguas caudalosas
enreda nuestros pies y nos arrastra.
¡Oh, Señor, tu gracia por el río
hace correr la Vida en abundancia!

Como voz que nos ama en su descenso,
que el agua se derrame en nuestro cuerpo.
Como impulso que empuja a los desiertos,
que vuele nuestra entrega y nuestro sueño.

¡Oh, Señor, Señor, si me encontrases,
si de nuevo bajaras a los ríos,
las aguas estancadas danzarían,
brincarían de amor los manantiales!

Amén.





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