«Levántate,
coge al niño y huye».
Huye de la guerra, del tirano,
del rencor tanto tiempo
alimentado.
Huye de las tinieblas y del miedo,
del espanto de no ver al
hermano,
de la injusticia ciega,
del dolor evitable,
de la envidia y el tedio,
de
la tristeza vana.
Huye de la derrota,
de la esperanza coja,
de la sonrisa
rota,
de la falta de fe.
«Levántate, coge al niño y vuelve».
Vuelve a la paz y
a la alegría,
al perdón entregado firmemente.
Vuelve a la tierra del pan y la
promesa,
al afable cuidado del hermano,
a mirar por el otro,
a nacer para Dios,
a servir para todos.
Vuelve al portal de la vida estrenada,
al zurrón abierto y
a la ofrenda pronta,
al deseo encarnado y la cara encendida,
a buscar las
estrellas,
al hogar de la fe.
Susurro que José escuchó en la noche,
duermevela
en que nos llega tu voz iluminada:
«Levántate del sueño y los pesares,
coge al niño
en tus brazos, acrece el corazón,
huye del odio, del muro y la trinchera,
vuelve,
romero, al gozo y al Amor».
Amén.