Padre,
tuviste compasión.
Te conmoviste.
Tienes misericordia.
Nada más grande se puede
decir de ti.
Nada más hermoso ni más inesperado.
Nada que nos salve y nos
eleve,
nos recoja, nos abrace y nos levante.
Nada.
Nada como tus entrañas
compasivas,
como tu corazón entero estremecido,
cercano a nuestros fallos y
pesares,
pendiente de tus hijos, que tropiezan.
Padre, tuviste compasión.
Te
conmoviste.
Tienes misericordia.
Eres pastor de ovejas que se esconden.
Buscador
de monedas que se pierden.
Padre de hijos torpes que se alejan,
aunque nunca se
vayan de tu casa.
Hay tanta alegría en tu mirada
como perdón en tus abiertas
manos.
Tanta paciencia en tus aljabas
como gozoso amor en tus designios.
Padre,
tuviste compasión.
Te conmoviste.
Tienes misericordia.
Esta es tu intimidad:
nos la has mostrado.
Nos has dado la fe para encontrarte,
reconocer tu luz y
agradecerla.
Eres amor y gracia derrochados.
Y es tu mejor herencia, tu legado.
Padre de providente entraña,
Hijo entre
cruces entregado,
ardiente Espíritu donado.
Sí, Padre, tuviste compasión.
Te
conmoviste.
Tienes misericordia.
Y sueñas
que nosotros la tengamos.
Que la herencia de tu amor no la perdamos,
que
sepamos traducirla en nuestros pasos.
Amor a Dios, amor a los hermanos.
Amor a nuestra
vida con sus pequeñas cosas.
Y a aquella que vendrá si estamos a tu lado.
Amor,
amor.
Amor arrodillado.
Herederos de un Dios enamorado.
Amén.
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