Quizá,
Señor, no sean nuestras ansias.
Quizá no sea mi necesidad.
Quizá no hay que afanarse
en colmar nuestro pozo.
Quizá, Señor, hay más que nuestras luchas.
Quizá, Señor,
no sea nuestra hambre.
Quizá, Señor, nos salvará tu sed.
Porque, Señor, Tú nos
estás buscando.
Por siempre estás sediento de nosotros.
Quizá no necesites
nuestros cantos,
pero clamas de sed por nuestro amén sincero:
somos el sueño más
alto de tu vida,
nada esperas, Señor, más ardorosamente
que nuestra casa abierta,
nuestras
manos alzadas,
de hinojos nuestro amor.
¿Dónde viviréis si no es en mis entrañas?
¿Dónde
encontraréis otro lugar?
¿Quién habitará la anchura de mi alma?
¿Quién el negro
hondón de mi dolor?
Quizá está en ti la sed y en mí la casa.
¡Qué paradoja, Señor!
Nos buscas Tú.
Tu abrazo de Padre busca un hijo.
Tu luz de Hijo busca un rostro.
Tu
paz de Espíritu anhela un corazón.
¿Seré yo, Señor, quien tú deseas?
¿Será tu
hogar mi carne?
¿Será mi pobre historia tu refugio?
¿Seré yo quien hospede a mi
Señor?
¡Juntemos nuestra sed, Señor, si así lo quieres!
Que arda yo en tu Palabra
como
sarmiento al fuego…
Que ardas Tú en mis palabras
como pavesa al viento…
Es humilde
el fogón de mis adentros
para el Fuego de Amor con que Tú vienes…
Pero Tú has
elegido, Señor, este rincón,
esta hojarasca seca
para tu viva lumbre.
Quizá,
Señor, no sean nuestras ansias.
Quizá no hay que afanarse en colmar nuestro
pozo.
Quizá está en ti la sed y en mí la casa.
Quiyá ya estés cruzando los oteros:
quizá
ya estés trayendo a manos llenas
rojas brasas de Padre,
luz eterna de
Hijo,
fuelle henchido de Espíritu.
Tú nos lo has prometido: seremos tu morada…
Toma
Señor, mi leña y préndenos…
Amén.
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