En el contexto de la semana de la oración por la Unidad de los Cristianos, nos hacemos de la experiencia ecuménica de nuestro Patrisius en Taizé durante este último verano junto a un grupo de jóvenes de la Pastoral Infantil y Juvenil de nuestra Provincia de Santiago... ¡Gracias, hermano!
La experiencia de estar una semana en comunidad de Taizé (Francia) es una oportunidad significativa para volver de nuevo a la fuente que da la tranquilidad y la paz. Estar en Taizé es como estar en un gran jardín en el que podemos ver una variedad de diferentes tipos de plantas, pero da una belleza a la vida. En Taizé nos encontramos con muchos jóvenes y sacerdotes de diferentes países. No sólo eso, en Taizé se encuentran personas de diferentes Iglesias y diferentes tradiciones. Pero allí se reúnen con la intención de respetarse uno al otro, desde el silencio y en la oración. La belleza de este jardín que es Taizé es para el bien común, para el bien de todos. Allí se aprende lo que significa la tolerancia para lograr la unidad y vivir en comunión. Ser de una Iglesia u otra no es razón para no crear lazos de enemistad, sino que podemos adentrarnos en un camino de respeto y en el regalo de construir amistad para vivir en un mundo feliz y mejor.
Al ver a tantos jóvenes que vienen a Taizé para orar y estar en la soledad, me doy cuenta de que ellos están en búsqueda. Son peregrinos que salen de su tierra en busca de respuestas, de paz. Como personas de fe, sin duda, dentro de ellos hay siempre un deseo de llegar a la Fuente que dé satisfacción y tranquilidad. Su meta como peregrinos es estar juntos con el Maestro Jesús y sus seguidores. Somos discípulos del Maestro que andamos con corazón ardiente para amar y servir. Por supuesto, yo también como peregrino me doy cuenta de que el viaje y mi búsqueda no pueden estar separados de la presencia de Dios. Su Espíritu siempre me lleva para llegar a la unión íntima con él. Es él quien me enseña a amar, a comprender y a perdonar sin tener que poner el odio y crear la enemistad en la vida con los demás.
La experiencia de Taizé me hizo comprender la importancia del silencio. El silencio me ha liberado de mis dudas y mis preocupaciones. Es el tiempo amistad, de estar cerca con Dios y escuchar como él habla sobre mi vida y mi vocación. El silencio en oración de Taizé es un momento de encontrar lo que he perdido y el momento de sanar lo que esté enfermo. Es un camino que me lleva a la paz interior. El silencio de Taizé me renueva y me hace nacer de nuevo en la verdad.
Taizé también me enseñó a rezar y cantar con corazón agradecido. Las canciones de Taizé me hacen sentir que soy yo quien necesito alabar a Dios. Mi alabanza es como acción de gracias por su grandeza. Dios no cierra sus ojos a mi vida, a lo que me pasa. Tampoco no cierra sus manos. Sus ojos y sus manos siempre están abiertos para verme, cuidarme y darme su bendición: y esto lo veo en aquellos peregrinos, en mis hermanos.
Una cosa que también me conmueve es la vida comunitaria de los hermanos en Taizé. Ellos me enseñan la importancia de la comunión y el amor en la diversidad. Nos diferenciamos en muchos aspectos de la vida, pero somos uno en el amor. En el amor nos entendemos, aceptamos y confiamos unos a otros. En el amor abrimos nuestras manos para servir y dar el bien para los demás. Todos nosotros tenemos el amor. Y este amor es Dios que siempre nos mueve a conocer y vivir en comunión. Taizé me recuerda vivir el amor en la comunidad y me enseña vivir con sencillez sin tener muchas preocupaciones de las cosas materiales. Taizé me conmueve para ser una persona abierta y acogedora.
Terminando esta reflexión me gustaría dar gracias a mis hermanos P. Luis Manuel Suárez, Cmf, a Readh de la Torre, Pham Quang Sang Cmf y mis amigos/as; Álvaro Del Olmo, Ana Abad, Carmen Sanjurjo, Juan Callaba, Marcos Romero, Marta, Pablo Ruz, Marta Paz, Patricia Caño, Sofia, Andrea, Carlos Pascual, David Garcia, Ana Cuesta, Michael Fernandez, Marcelo y Juanjo. Ya hemos pasado una experiencia de compartir y la alegría en Taizé. Espero que la experiencia de Taizé la llevemos en nuestra vida cotidiana. Somos Peregrinos. Que seamos creadores de confianza y fermentos de paz en nuestra comunidad, sociedad y nuestros hogares.
Patrisius Weka Bakior, cmf