¿Qué pensar ante la Cruz? ¿Qué decir de ella? ¿Qué permitir al corazón sentir cuando en ella tantos rostros sufrientes se clavan? No convienen muchas palabras. No convienen grandes discursos. Conviene permanecer de pie, estar enteros. Ante Él. Y Él nos seguirá hablando, como siempre, ensanchando sus brazos, a pecho descubierto...
Que me duela
lo roto de tu cuerpo,
la entrega de tu cruz,
la herida de tu rostro.
Que me duela y me conmueva,
con tan solo mirarte,
con tan solo en Ti encontrarme.
Que el grito de tu pecho
sea la danza de este duelo.
Así conmovidos quedamos:
Tú con tus brazos abiertos;
yo con mis manos vacías...
ambos, esperando el abrazo
que es eterno.
«Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: ‘Está cumplido.’ E,
inclinando la cabeza, entregó el espíritu.» [Juan 19, 30]
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