"...formases de repente
los ojos deseados
que tengo en mis entrañas dibujados..."
(S. Juan de la Cruz)
Como amanece el
niño al gesto de su madre
y ve por fin el rostro que ansiaba en las
entrañas,
abro estos ojos míos, la vida inaugurando,
el color, las formas, la luz, el
universo,
y tu rostro por fin,
tu rostro, Señor mío,
las manos que han traído
la claridad del día,
la faz que me ha encendido de alegría.
Los ojos condenados,
que ya nadie veía,
los ojos que han nacido de tus dedos.
Los ojos antes hueros,
ahora bendecidos
con savia de tus labios,
con barro del camino,
con tu fe en mi
bondad,
con mi fe en tu cariño.
Los ojos en tus ojos verdecidos.
Como contempla
el niño el brillo
en la mirada inmensa de su madre,
la inclinación amable de
los senos,
las mejillas granadas,
el mechón desgarbado de su pelo,
las arrugas
que surca la emoción,
la sonrisa que a tientas intuía,
que en el oscuro vientre
imaginaba
y que ahora a plena luz le alcanza con su dicha,
a plena luz del día…
Así mis ojos,
Cristo, así mi corazón,
hacia tu Vida.
Para este pecador ya nada es virgen;
nada
yermo para este pobre herido,
para este ciego inútil, ciego desde la cuna,
huérfano
de paisaje, sediento de semblante,
desahuciado de mar, de mundo,
de hermosura.
Roto
por el desprecio de los muchos,
devuelto a la salud por un amigo.
En la noche
creí que Tú podrías.
En la noche creíste que vería.
En tierra me creaste,
Señor;
en barro me salvaste.
Me diste a luz, con tu mirar me alzaste.
Me amaste como niño nacido con el sol,
a tu rostro venido…
En la Luz te confieso,
a tu Luz me rindo agradecido.
Amén.
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