así lo alcanza ahora toda persona desnuda de su envoltura terrenal
y
con los ojos abiertos a la luz que viene de la zarza,
es decir, el esplendor
nacido de las espinas de la carne,
que es la “luz verdadera y la misma verdad”»
[Vida de
Moisés II, 26: S. Gregorio de Nisa]
Yo que dije, Señor, que te quería,
que en ti
encontraba todo,
el hontanar abierto de la Vida...
Yo que vi la esperanza en tu
semblante
y me asomé al amor de tus heridas...
Yo, Señor, quisiera que vinieras
a mostrarme de nuevo
a embriagarme de nuevo
el corazón.
He
apostado a una carta mi vivir,
he tendido en tu mesa mis manteles,
mis afanes
avanzan en tu busca:
todo por ti, Señor, todo por verte.
Pero no sólo yo... También
viene la muerte,
la muerte, tan callando,
no menos afanada en desdecirte.
En
vilo, Señor,
en vilo ante la zarza.
Mendigando calor, aquí me tienes.
Quiero
creer que estás, que estás conmigo,
que estás en estas llamas que contemplo.
Quiero verte, Señor, quiero seguirte.
Pero a veces, mirando, me parecen
el
fuego y las espinas tan lo mismo...
Arder sin consumirse, arder unidos.
No se apaga
el incendio,
no se muere tampoco el tosco espino...
En vilo, Señor,
en vilo
ante el Misterio.
De mi corta mirada,
¿quién podrá liberarme?
De lo triste y
efímero,
¿quién podrá desasirme?
De tanto desconsuelo,
¿Cómo
creer que existe aquella vida
que no acaba lindando con mis fueros?
La vida y
sus estorbos.
La vida y sus delirios.
La vida y sus cojeras, sus parches,
sus
esquinas.
La vida y sus durezas.
La vida regalada.
La vida envanecida.
La vida
buena.
La vida malograda.
La vida, en fin,
de tejas para abajo.
La vida que
trae rosas
y todas con espinas...
Esta es la vida nuestra,
más alta o más
estrecha,
según el corazón.
Y este es tu gran milagro:
Tú eres Dios de otra vida,
de la Vida,
mas, por tu mucho amor,
has venido a la nuestra de rodillas.
No
eres fuego fugaz, fuego celeste:
tea eres Tú prendida en nuestra ruina,
hombre
enzarzado en dádiva divina.
De la zarza sacaron tu corona;
tu cruz, de las
espinas.
Del derroche excesivo, la entrega sin medida,
Dios de Abraham, de Isaac, de cada hombre.
Dios de vivos que llamas a
la Vida.
Amén.
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