domingo, 24 de noviembre de 2013

Que todo está en su Rey...


Dicen los que llegaron,
los que ya se nos fueron,
que nada se perdió,
que todo va volviendo.
Que regresan los trastos del rincón de los juegos,
el olor del bizcocho de las tardes de invierno,
el tacto de la colcha,
el sabor de los sueños,
el nervio adolescente,
la calma que da el tiempo.

Se encuentra uno de pronto
con rostros postergados,
con palabras perdidas,
con sentimientos vagos que ahora son eternos,
con todas las entregas, también con los tropiezos,
con cuentas de rosario,
con tantos padrenuestros.
Que nada se perdió,
que todo va volviendo.


La casa tiene puertas que nunca atravesamos,
vanos en las murallas, al cielo un tragaluz.
El bosque tiene claros que nunca vislumbramos,
anchura en las veredas, frescores en alud.
Se despliegan las velas que estaban amarradas,
abasto en las bodegas y vientos por doquier.
Al mar embravecido le arropan nuevos puertos,
hay pasaje dispuesto para el viejo bajel.

No hay listas de reproches, pero nada se ha ido.
Están los viejos odios
y el rayo que no cesa.
Están pero Tus ojos los ven de otra manera,
a la luz de Tu Luz la noche se conmueve;
se corazona el hombre
al amor de Tu Amor.
Las cuitas que eran lastre y prieta soledad
ahora se han vuelto amarres,
puentes a tu regazo.
Las faltas que eran ruinas y enconados rencores
se han transformado en sendas
de tu misericordia.
Has zurcido el pecado
con hilos de perdón.
Donde hubo hilvanes rotos,
has puesto tu labor.


Dicen los que llegaron,
los que ya se nos fueron,
que nada se perdió,
que todo va volviendo.
Y en el centro del reino que se surge ante los ojos
hay una vieja silla destartalada y pobre,
la más hermosa silla
que se haya visto nunca.
Todos los hombres buscan, todos van caminando,
todo viene con ellos y todos van volviendo.
Y todo hacia esa silla basta y desvencijada,
cálida como cuna, áspera como cruz.

Con infinito exceso,
con afán desmedido,
con humilde poder.
La silla está vacía, el rey arrodillado,
a su lado un lebrillo
y besos en los pies.
Dicen los que llegaron,
los que ya se nos fueron,
que nada se perdió,
que todo está en su Rey.

Amén.



domingo, 17 de noviembre de 2013

Su fondo azul marino...


Todo tiene, Señor, su fondo azul marino,
su entraña insobornable,
su íntimo temblor.
Los árboles, sus nidos;
el nido, su calor.
La ciudad, sus hogares;
el hogar, su jergón.
Las cumbres, sus abismos;
el abismo, su hondón.
El mundo, sus bellezas;
lo bello, su color.
La iglesia, su sagrario,
el sagrario, tu Don.
El día, sus mercedes;
la merced, tu Pasión.
La noche, sus dolores;
el dolor, tu Rincón.
El hombre, sus hermanos;
el hermano, perdón.
El hombre, tu llamada;
la llamada, tu Amor.
Los arroyos, su fuente;
la fuente, un borbotón.
La vida, su misterio,
el misterio, tu Voz.


Todo tiene, Señor, su fondo azul marino.
Todo tiene su sima, su seno, su matriz.
Pero todo también su juego descarado,
su oleaje de espuma,
su huera vanidad.
Vientos despreocupados que gobiernan veleros,
brillos de superficie que ciegan claridades.
Quiero, Señor, asirme, y nada se mantiene,
perdura para siempre
su incesante vaivén.

¡Señor, que avanzan juntos,
que danzan al compás!
¿Quién puede separar las olas de su fondo,
el templo de sus piedras,
las chispas del fogón?
¿Cómo permanecer en lo que permanece?
¿Cómo guardar el vuelo y olvidar el fulgor?
En todos los amores, ¿quién hollará el Amor?
En todos los deseos, ¿quién te hallará, mi Dios?


Todo tiene, Señor, su fondo azul marino,
su entraña insobornable,
su íntimo temblor.
Tú, que viniste al reino donde todo se esfuma
urdiendo un Reino nuevo que nunca acabará.
Tú, que aceptaste hablar entre palabras huecas,
volviéndote Palabra que nunca pasará.
Tú, que sigues llegando en todo y a través
de todo cuanto queda, más allá, más acá...
Dame, Señor, la gracia de habitar en el fondo,
el fondo azul marino, el venero abisal.
Donde el agua de mar
—que somos, que seremos—
encuentra agua de Fuente
—que eres, que serás—.
Donde la vida eterna,
el fondo de los fondos,
se intuye, ¡ya se intuye!,
comienza a alborear. 
Amén.






domingo, 10 de noviembre de 2013

Enzarzado...


«Como Moisés obtuvo este conocimiento en aquella ocasión,
así lo alcanza ahora toda persona desnuda de su envoltura terrenal
y con los ojos abiertos a la luz que viene de la zarza,
es decir, el esplendor nacido de las espinas de la carne,
que es la “luz verdadera y la misma verdad”»
[Vida de Moisés II, 26: S. Gregorio de Nisa]


Yo que dije, Señor, que te quería,
que en ti encontraba todo,
el hontanar abierto de la Vida...
Yo que vi la esperanza en tu semblante
y me asomé al amor de tus heridas...
Yo, Señor, quisiera que vinieras
a mostrarme de nuevo
tus caminos;
a embriagarme de nuevo
el corazón.

He apostado a una carta mi vivir,
he tendido en tu mesa mis manteles,
mis afanes avanzan en tu busca:
todo por ti, Señor, todo por verte.
Pero no sólo yo... También viene la muerte,
la muerte, tan callando,
no menos afanada en desdecirte.

En vilo, Señor,
en vilo ante la zarza.
Mendigando calor, aquí me tienes.
Quiero creer que estás, que estás conmigo,
que estás en estas llamas que contemplo.
Quiero verte, Señor, quiero seguirte.
Pero a veces, mirando, me parecen
el fuego y las espinas tan lo mismo...
Arder sin consumirse, arder unidos.
No se apaga el incendio,
no se muere tampoco el tosco espino...

En vilo, Señor,
en vilo ante el Misterio.
De mi corta mirada,
¿quién podrá liberarme?
De lo triste y efímero,
¿quién podrá desasirme?
De tanto desconsuelo,
¿quién sanarme?
¿Cómo creer que existe aquella vida
que no acaba lindando con mis fueros?
La vida y sus estorbos.
La vida y sus delirios.
La vida y sus cojeras, sus parches,
sus esquinas.
La vida y sus durezas.
La vida regalada.
La vida envanecida.
La vida buena.
La vida malograda.
La vida, en fin,
de tejas para abajo.
La vida que trae rosas
y todas con espinas...

Esta es la vida nuestra,
más alta o más estrecha,
según el corazón.
Y este es tu  gran milagro:
Tú eres Dios de otra vida, de la Vida,
mas, por tu mucho amor,
has venido a la nuestra de rodillas.
No eres fuego fugaz, fuego celeste:
tea eres Tú prendida en nuestra ruina,
hombre enzarzado en dádiva divina.
De la zarza sacaron tu corona;
tu cruz, de las espinas.
Del derroche excesivo, la entrega sin medida,
Dios de Abraham, de Isaac, de cada hombre.
Dios de vivos que llamas a la Vida.

Amén.