Con sencillez nos unimos
a todas las manos que se afanan
diligentes y amorosas en el trabajo,
a todas las que ya descansan
después de muchos años de fatiga,
y a las que buscan anhelantes un buril
con el que grabar su futuro.
A todos los que sufren por sus tareas
o porque no las tienen.
A los que encuentran sentido profundo a su quehacer
y a quienes sienten que el trabajo les resta dignidad.
A los niños explotados en tantas fábricas clandestinas
sin un san José al lado que les libre de la carga.
Que el Obrero de Nazaret abra su taller a este mundo,
a ratos feliz entre barnices, a ratos ahogado de serrín.
Que nos enseñe a agradecer el sudor de nuestra frente
y, más allá de la carcoma de toda circunstancia,
nos ayude a emprender la tarea más hermosa:
la de tallar el corazón al soplo del Espíritu.
Amén.
Una reflexión muy "currada", como corresponde al Santo patrono ;)
ResponderEliminar