Denís nos cuenta su experiencia en Semana Santa con el Centro Juvenil Claret de Segovia. Acogemos agradecidos sus palabras:
Mi
experiencia pascual de este año tiene varios momentos.
El primero es la
renovación. Es verdad que en la vida cotidiana muchas veces tomo la fe como
algo rutinario y, por así decirlo, normal y corriente. Entre tantas
preocupaciones la tomo como un presupuesto ordinario que asumo y luego no le
hago mucho caso. Sin embargo, el encuentro con los jóvenes, sobre todo, con los
más mayores, me demostró esta situación hipócrita de mi vida. Tal vez porque
están en la edad de encrucijada vital, cuando tienen que escoger entre varias
opciones y necesitan a alguien que les dé consejo; tal vez, porque su edad es
de una mayor inocencia y sinceridad, con lo cual, es más fácil que la fe viva
mane de sus corazones; pero es verdad que estos chicos y chicas, que además son
laicos, a menudo muestran más fe y más confianza en Dios que yo, y es un reto
para mí responder a Dios cada día dentro de mi alma este “creo” que
pronunciamos en la renovación de los votos bautismales.
El segundo momento es
la experiencia del rostro. El Centro Juvenil de Segovia no es mi lugar de
apostolado habitual, de modo que allí no conocía a nadie más que a Franklin y a
Gabriel, y recordar los nombres de los 60 chavales en tres días resultaba casi
imposible, porque los nombres no son únicos, no dan individualidad. ¿Cuántos
Juanes, Marías, Gonzalos hay? En cambio, cada rostro, estos ojos que me miran y
esta boca que me habla, es irrepetible. Me presenta todo un conjunto de rasgos
personales, y no de todos, quizá, me doy cuenta; y no todos me agradan; pero
siempre es una invitación para amar, no porque me caiga bien o me divierta la
persona, sino porque detrás de cada este rostro, que es como un icono vivo, un
libro de una historia infinita, está el rostro del Señor.
El tercer momento es
la confianza. Es la experiencia más propiamente pascual que he tenido, porque
está relacionada inmediatamente con lo vivido en la Semana Santa. Muchas veces
en nuestra vida, y yo en la mía en particular, me siento abandonado por Dios,
no entiendo este extraño silencio que me rodea, me adentro en la oscuridad
pensando que estoy solo. Pero no hay mal que Dios no convierta en bien para
todos, incluso para mí mismo. Siempre está conmigo, siempre; aun cuando no lo
quiero. Le doy gracias a Él por su incesante actuar, por su amparo, por su
constante presencia; le pido que ayude a los que se sientan abandonados,
desconsolados, desesperados, que se les presente como el único que les puede
dar la felicidad. Roguemos al Señor.
Denís Malov