Quién pudiera, Padre,
dorarse en tu luz dorada...
Quién pudiera, Hijo,
bajar a tu luz encarnada...
Quién pudiera, Espíritu,
prender en tu luz anaranjada...
Y aprender a amar como vosotros,
con todos los colores en los ojos,
con todos los sabores en los vientos,
con todos los abrazos en las manos,
con todos las entregas en las cruces,
con todos los caminos en los pies...
¡Quién pudiera entrar en vuestra luz!
¡Quién pudiera arder en vuestro fuego
y encender el mundo desde él...!
En el corazón nació un fanal,
crepitar de chispas en la piel...